jueves, 29 de enero de 2015

Almodobar

Almodobar 
Dir.: Natalia Tripodi. 
La Guagua Bar, Enero 2015



Dos zapatos que descansan en la barra pegoteada de un bar trasnochado. Un vaso negro todavía caliente por las manos que lo han acariciado y abandonado. El maquillaje se evapora promiscuo en el aire, como las voces cansadas de una noche agitada. Todo sobreviene en una atmósfera densa, entre sombras simultáneas que se figuran en historias, nostalgias y desamparos. 

Como todo, esto sucede con la naturalidad de lo habitual y la crueldad de lo inevitable: se trata de una comunión femenina de experiencias vitales, entre mínimas e infames. Vidas que sólo salvan su desconsuelo gracias al entusiasmo frívolo y siniestro que provoca contentarse con la banalidad de lo cotidiano. No hay telón de fondo, entre risas y máscaras... solo historias de heridas secretamente abiertas.




Se trata de un bar que alberga mujeres apasionadas por esa búsqueda de un gesto vital que las haga resplandecer. Casualmente todas surcan la desesperación inevitable de no poder escapar de sus vidas opacas, ardidas y olvidadas. En su heterogeneidad, conjugan la amalgama propia de la desazón, y entre idas y vueltas por las mesas del bar, cada una inventa un escenario afectivo, para develar ese fondo desconocido que transforme, al menos momentáneamente, el malestar de una vida plagada de desolación. 

El bar ofrece ese campo de encuentros múltiples, donde los rostros diversos se desfiguran para abrir el sentido de todo lo que nos sucede. Es un gran espejo de aciertos e infortunios que nunca nos devuelve lo que esperamos ver, sino el lado más (im)perfecto de la fábula que inventamos. Este es un bar atravesado por la magia de lo falso y la contundencia de lo real, donde unas mujeres habitan su feminidad con la soltura de quien afirma sus conflictos, los mira coquetamente y, al final, los besa como se lame uno inexorablemente sus heridas. 
Todo bar es una colección ardiente de grietas sensibles.




¿Cómo resistir esas contradicciones y no morir ante sus estallidos? ¿Cuáles son los caminos que se abren en la pérdida de una esperanza? ¿Cuándo nos volvemos tan ajenos que nos olvidamos el propio rostro? Detrás de esas figuras de lo femenino que comparten este bar, hay, en cada una de ellas, una fuerza que las somete, las violenta al punto de desbordarlas con un exceso ultrajante: la culpa, el abandono, la melancolía, la soledad, la tristeza de verse cotidianamente repitiendo, y repitiendo, todo lo que no se desea ser y hacer, como un desfile burlesco de desatinos insistentes. 

Entre tanto, en el bar, estas pasiones conflictivas toman forma de risas frenéticas y gestos sobrios, todo un vaivén de sentimientos germinales, que dejan advertir en sus movimientos lo latente de una fuerza tectónica a punto de convulsionar. Quizás porque lo femenino arrastre el impulso de un volcán, de una marea, quizás porque lo femenino sea un salto en el abismo profundo de las paradojas.



Los protagonismos se alternan y varían en escenas cruzadas, sostenidas por la proximidad cómplice de las demás figuras que murmurando arman un coro gestual, como esas segundas voces que dan fuerza al que canta. Todas sienten en su intimidad, y a su modo, la desazón de la frustración. Las risas contenidas, las miradas penetrantes, las voces alteradas, las esperanzas quemadas, y ninguno de los evocados responderá al llamado de sus anhelos amorosos, ni por el recuerdo violentado de viejas historias, ni por la insistencia de las ilusiones, ni por las desencantadas quejas a la cobardía varonil. 

Pese a ello, el consuelo colectivo se presenta multifacético, cada una aporta su resto distinguido para resguardar a la otra en sus caídas más deslucidas. Es un cuerpo heroico el que ampara a otro pese a estar desbastado, siempre quedan fuerzas para intentar avivar un fuego extinguido.




Cuando la noche avanza y la memoria se duerme, el bar se vuelve amigo de los que desean inventarse una vida. Su espacio confuso, su escenario deslucido, es el territorio propicio para deshacer la cruel distancia que separa lo que acontece de lo que imaginamos. 

En las noches atiborradas de humo y espuma, las penumbras se vuelven aliadas de los soñadores. Mientras la música se desvanece lentamente entre velas apagadas y tacos rotos, entre el rouge desalineado y el cuchillo en la mano, solo nos queda una irremediable apuesta: Seguir sosteniendo hasta el amanecer el canto vital, con su profunda sensibilidad singular, con todas sus contradicciones, con todas sus paradojas. 




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