Estética
del juego: lo lúdico como
subjetivación
Foucault, en el
marco de sus estudios sobre los antiguos griegos, desarrolló el concepto de Estética de la existencia[1], el
cual permite pensar la subjetividad como una obra de arte que se va puliendo,
estilando y modificando con el devenir de la vida. Dicha actitud (ethos) produce
una autopoíesis que
transforma tanto al sujeto como a su campo de experimentación en un espacio
estético de creación vital. Como bien indica Guillaume Le Blanc: “El espacio abierto por esta cuestión
corresponde al espacio ético propiamente dicho. En su modo de constitución,
depende de las modificaciones que un sujeto puede sufrir por obra del juego de
verdad que lo vincula a objetos particulares de saber”[2]. En
efecto, los múltiples juegos de verdad
componen las sujeciones externas que objetivan al sujeto y, a la vez, lo
determinan y lo transforman en otro individuo sucesivamente.
En sentido
deleuziano, esta forma de comprender la subjetividad articula una doble tensión
de fuerzas externas e internas que se
encuentran conformando un individuo. El
proceso de individuación que brinda consistencia a un sujeto indica la
capacidad de captura de fuerzas (afecctio/afecctus[3])
que éste es capaz de plegar, y en tanto que pueda generar una forma de
experimentación sobre sí mismo, posibilitará la singularización de una vida.
De esta forma, la subjetividad es entendida como una multiplicidad que varía
por intensidad y que en cada modificación transforma completamente su
constitución existencial,
es una individualidad que no cesa de dividirse, de diversificarse conformando juegos de subjetivación[4].
El modelo lúdico, al que refiere Deleuze, captura los espacios de
indiscernibilidad en los que la subjetividad deviene, afirmando el azar y habitando territorialidades diversas, constantemente variables que
lo constituyen en el flujo permanente de la vida como una modalidad fluctuante
y móvil del devenir vital. Consecuentemente, la subjetividad lúdico-estética se presenta como una
individuación inmanente, abierta y autocreativa (heterogénesis) en la cual
se van estableciendo juegos de
verdad, juegos de sentidos, juegos vitales, a partir de permanentes
movimientos de territorialización y desterritorialización que van constituyendo
agenciamientos intensivos imperceptibles. El modo de subjetivación que se
despliega en la forma lúdico-estética
se torna una repetición variable desubjetivante. Es el acceso a esa cuarta persona del singular,
el infinitivo que afirma el acontecimiento y su expresión
eterna, que precede y que abre su potencialidad al porvenir, en un espacio liso de velocidad absoluta; un devenir-risa,
con la potencia del humor que hace trastabillar el lenguaje, las formas
serias, las reglas de conducta, y efectúa alegremente una risa silenciosa afirmativa
y vital, porque el humor es el arte del acontecimiento puro.
Así, el arlequín posee un modelo lúdico-estético de individuación que se abre espacios de indiscernibilidad,
para jugar, reír y festejar el despliegue creativo de nuevas voces.
Espacios en los que sus danzas, actuaciones y carcajadas no tienen un fondo
estable ni rostro al que responder. Sus máscaras divergen, como lo heterogéneo
de su traje, su andar embriagante y locura manifiesta. El arlequín es el
jugador risible de las formas sociales, es el artista que pone en juego su vida
creativa, es el niño nietzscheano que, finalmente, se ha coronado de dulce jovialidad.
“La correlación de lo
múltiple y de lo uno, del devenir y del ser, forma un juego. Afirmar el devenir, afirmar el ser del
devenir son los dos momentos de un juego, que se componen con un tercer
término, el jugador, el artista o el niño. El jugador-artista-niño, Zeus-niño:
Dionysos, al que el mito nos presenta rodeado de sus juguetes divinos. El
jugador se abandona temporalmente a la vida, y temporalmente fija su mirada
sobre ella…”[5]
Extracto de "Arlequín. Una imagen de la subjetividad lúdico-estética"
en Bajo Palabra. Revista de Filosofía, Época II, N° 7, Año 2012, pp. 177-184
[1] Foucault, M.: Historia de la
sexualidad 2: El uso de los placeres. Bs. As.: Siglo XXI, 1991, pp. 13 - 14
[3] Cf. Deleuze, G.: Spinoza. Filosofía Práctica. Bs. As.: Tusquets,
2004, P. 38 ss.; En Medio de Spinoza, Bs. As.: Cactus, 2003, p. 75 ss.