miércoles, 8 de enero de 2014

Estética del juego: lo lúdico como subjetivación


Estética del juego: lo lúdico como subjetivación

Foucault, en el marco de sus estudios sobre los antiguos griegos, desarrolló el concepto de Estética de la existencia[1], el cual permite pensar la subjetividad como una obra de arte que se va puliendo, estilando y modificando con el devenir de la vida. Dicha actitud (ethos) produce una autopoíesis que transforma tanto al sujeto como a su campo de experimentación en un espacio estético de creación vital. Como bien indica Guillaume Le Blanc: “El espacio abierto por esta cuestión corresponde al espacio ético propiamente dicho. En su modo de constitución, depende de las modificaciones que un sujeto puede sufrir por obra del juego de verdad que lo vincula a objetos particulares de saber”[2]. En efecto, los múltiples juegos de verdad componen las sujeciones externas que objetivan al sujeto y, a la vez, lo determinan y lo transforman en otro individuo sucesivamente.

En sentido deleuziano, esta forma de comprender la subjetividad articula una doble tensión de fuerzas externas e internas que se encuentran conformando un individuo. El proceso de individuación que brinda consistencia a un sujeto indica la capacidad de captura de fuerzas (afecctio/afecctus[3]) que éste es capaz de plegar, y en tanto que pueda generar una forma de experimentación sobre sí mismo, posibilitará la singularización de una vida. De esta forma, la subjetividad es entendida como una multiplicidad que varía por intensidad y que en cada modificación transforma completamente su constitución existencial, es una individualidad que no cesa de dividirse, de diversificarse conformando juegos de subjetivación[4].


El modelo lúdico, al que refiere Deleuze, captura los espacios de indiscernibilidad en los que la subjetividad deviene, afirmando el azar y habitando territorialidades diversas, constantemente variables que lo constituyen en el flujo permanente de la vida como una modalidad fluctuante y móvil del devenir vital. Consecuentemente, la subjetividad lúdico-estética se presenta como una individuación inmanente, abierta y autocreativa (heterogénesis) en la cual se van estableciendo juegos de verdad, juegos de sentidos, juegos vitales, a partir de permanentes movimientos de territorialización y desterritorialización que van constituyendo agenciamientos intensivos imperceptibles. El modo de subjetivación que se despliega en la forma lúdico-estética se torna una repetición variable desubjetivante. Es el acceso a esa cuarta persona del singular, el infinitivo que afirma el acontecimiento y su expresión eterna, que precede y que abre su potencialidad al porvenir, en un espacio liso de velocidad absoluta; un devenir-risa, con la potencia del humor que hace trastabillar el lenguaje, las formas serias, las reglas de conducta, y efectúa alegremente una risa silenciosa afirmativa y vital, porque el humor es el arte del acontecimiento puro. 

Así, el arlequín posee un modelo lúdico-estético de individuación que se abre espacios de indiscernibilidad, para jugar, reír y festejar el despliegue creativo de nuevas voces. Espacios en los que sus danzas, actuaciones y carcajadas no tienen un fondo estable ni rostro al que responder. Sus máscaras divergen, como lo heterogéneo de su traje, su andar embriagante y locura manifiesta. El arlequín es el jugador risible de las formas sociales, es el artista que pone en juego su vida creativa, es el niño nietzscheano que, finalmente, se ha coronado de dulce jovialidad.

“La correlación de lo múltiple y de lo uno, del devenir y del ser, forma un juego. Afirmar el devenir, afirmar el ser del devenir son los dos momentos de un juego, que se componen con un tercer término, el jugador, el artista o el niño. El jugador-artista-niño, Zeus-niño: Dionysos, al que el mito nos presenta rodeado de sus juguetes divinos. El jugador se abandona temporalmente a la vida, y temporalmente fija su mirada sobre ella…”[5]



Extracto de "Arlequín. Una imagen de la subjetividad lúdico-estética" 
en Bajo Palabra. Revista de Filosofía, Época II, N° 7, Año 2012, pp. 177-184




[1] Foucault, M.: Historia de la sexualidad 2: El uso de los placeres. Bs. As.: Siglo XXI, 1991, pp. 13 - 14  
[2] Le Blanc, G.: El pensamiento Foucault. Bs. As.: Amorrortu, 2008, p. 15
[3] Cf. Deleuze, G.: Spinoza. Filosofía Práctica. Bs. As.: Tusquets, 2004, P. 38 ss.; En Medio de Spinoza, Bs. As.: Cactus, 2003, p. 75 ss.
[4] Deleuze, G. & Parnet, C.: Diálogos. Madrid: Editora Nacional, 2002, p. 83.
[5] Deleuze, G.: Nietzsche y la Filosofía. Barcelona: Anagrama, 2008, p. 39

martes, 7 de enero de 2014

Apología del dinero

Apología del dinero
  
“El dinero… es la verdadera fuerza creadora”[1]



El flujo indeterminado de traspasos internacionales, de vocación virtual, de fugaces dinámicas y acelerados agitaciones. Un intento infortunado de cambios fluidos y versátiles entre masas críticas y devastadoras, sobredimensionadas y abultadas. Un economía que se extingue en el seno de la pura materialidad, cómicamente articulada por flujos virtuales e imperceptibles, salvo por kilométricas secuencias numéricas en las cuentas ficcionadas de los bancos. La ironía mayor: el excelso símbolo de materialidad devenido en transparentes flujos imperceptibles.
Un Peso, un Dólar, una Lira, el Euro, las Rupias, los Yens, las miradas, los trueques, los amores, las dadivas mercantiles. Un evocado anhelo de advertencia perturba a los antiguos, Aristóteles ya lo prevenía en el libro I de Politeia[2], los valores de cambio y los valores de uso, la crematística. El precio, el valor, las distancias objetivas y las distancias subjetivas que se apoderan de los objetos (y de los sujetos) confundidos de tanto hablar. Tomar el medio por el fin es una de las mayores confusiones existentes; atesorar algo que fue hecho para fluir, cristalizar lo que es para correr. En medio, la ambición y el vacío, una desolación que se intenta llenar de materialidades y productos.
Muchas son las formas de intercambiar el dinero, Su funcionalidad específica fue conceder el grato privilegio de canjearlo por lo que es necesario. Es el comodín de la vida (sub)objetiva. Pero confundiendo el medio con el fin, se busca no conseguir lo que es necesario sino coleccionar figuritas repetidas, verdes, amarillas, rojizas, y las tan ansiadas violetas (¿Quién es ese del retrato?). Buscamos y buscamos desesperadamente dinero, nos desvivimos por ese elemento de cambio. En fin, ¡Vivimos “por” el dinero!


Hubo una época donde el dinero era reconocido por su propia existencia, se lo apreciaba por su misma materialidad[3]. Perdidos en el fondo de la representación, el dinero devino en mero signo, indiscriminado, tibiamente desacreditado. Los altaneros deseos y las pretensiosas alas emplumadas de pomposidad, retomaron el fetichismo materialista y la enajenación más intestina, el trabajo se volvió un uso desmedido de la fuerza productiva para sustentar una vida que solo subyace como natural. El dinero es la voz del naufrago. Un capricho del sistema dominante para esclavizar y doblegar los intereses reales del ser humano. Ficciones infernales que “Cristalizan[4] los sueños (impuestos) de los seres (sub)humanos.
Sin lugar a dudas, muchas son los que están enajenados de sus propias vidas en busca de más y más dinero, pero nunca faltan los que en solemne posición se encargan de proferir mandatos de arrepentimiento y falsa pobreza, los que en alta pomposidad pregonan la búsqueda del alma. Estos moralistas que discriminan y rechazan férreamente el dinero también están segregando lo diferente y no comprenden la verdadera existencia del dinero.
Tanto los ambiciosos y codiciosos como los moralistas aleccionadores, se preocupan unos, en ciega dirección, por aprisionar el dinero; otros, en ostentosa actitud, por negarlo en su “diabólica” esencia. La pregunta que surge es: ¿quién verdaderamente conoce el dinero? ¿Alguien se ha preguntado por su verdadera vida? ¿Su real modo de operar en la vida cotidiana? ¿Alguien se preguntó por las originales operaciones inmanentes del dinero? ¿Alguien mira con ojos de dinero? ¿Quién se pone en su lugar? (Empatía)
La verdadera existencia del dinero opera en los caminos de la dadivosa inmolación de su esencial providencia. Es una existencia de generosa acción, de donación permanente por lo que su poseedor desee. El dinero, en acto altruista, se brinda sin quejas ni protestas ante los caprichos de su detentador y cede sus dones hacia una satisfacción plena de este último. El dinero, se desprende de sí mismo para gestar la materialización de los deseos. Se dona en su más íntima esencia para dar cabida al nuevo ser (material).
La existencia del dinero no solo se entrega indiferentemente sino que también es una vida de flujos y cambios constantes, de tránsitos infinitos y devenires persistentes. Se deja llevar por los “inevitables” que ponderan las vidas entramadas en pluricausalidades imperceptibles. Surcando entre los más sutiles despropósitos y las múltiples calamidades de la ingenua seguridad, el dinero se entrega y fluye permanentemente entre los azares volátiles que lo seducen y convencen a entregarse al mayor y más refinado de los amores, el amor al destino[5]. La vida del dinero propone una existencia de entrega y flujos constantes, una existencia de dadivosa acción y armoniosa fluidez ante los azares de la vida, es una existencia que se encamina en los bellos senderos de lo imprevisible y el encanto de los albores nacidos en los valles del azar. La propuesta es: Vivir no “por” sino “como” el dinero.    
  




[1] Marx, Karl: Manuscritos. Economía y Filosofía. Madrid. Alianza. III m., pág. 180
[2] Aristóteles: Política. Madrid, Alianza Editorial. Libro I
[3] “El metal no aparecería como signo, y como signo medidor de las riquezas, sino por ser él mismo una riqueza” Foucault, Michel; Las Palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas Madrid. Siglo XXI. 1993. Pág. 167
[4] El sentido común utilizado para la palabra “Cristalizar” refiere a la concreción de potencialidades no actualizadas, pero este no es el trasfondo que subyace a la cuestión. “Cristalizar” es sinónimo de estancamiento, de dureza, de fijación, aletargamiento; en fin, cuando alguien dice: “Cristalizar” detrás se esconde el trazo desvergonzado del sistema dominante que intenta asegurar y detener flujos que son de naturaleza fluidos y siempre cambiantes.
[5] Federico Nietzsche, Filósofo alemán del S.XIX, hace esta exaltación del amor hacia el destino como una de la más perfecta manifestación del Amor. Cf. Nietzsche, F.: Gaya Ciencia; Ocaso de los Idolos, Genealogía de la moral y el Zaratustra. (múltiples ediciones). También una referencia en un texto del año 1872, Sobre verdad y mentira en sentido extramoral.