Biopolítica
estética: cuerpxs, sensibilidades
y dispositivos micropolíticos entre el arte y la educación.*
Es preciso aprender a ver, y no
solamente abrir los ojos
D.
Le Breton[1]
Se hace una performance,
un entramado de sensibilidades, de cuerpxs, que expresan algo de la
materialidad más cruda de nuestra actual manera de vivir… “Ante la Bolsa
cientos de manifestantes con dinero
gratis en sus cuerpos afirmaron “nosotros somos la vida”. Dinero gratis ha estado en la calle, en
los periódicos e incluso en la televisión. Pero nadie ha hablado de él. ¿Se
puede hablar del viento? El viento limpia el mundo de horizontes. Y con los
horizontes se marcha el miedo. Entonces se puede ver que el dinero gratis no se opone a “otro mundo
es posible”: sencillamente lo destruye. Lo vacía de ingenuidad, le saca toda
autocomplacencia. [Compro dinero, divisa, dólar, euro, yenes? Compro dinero,
¿con qué cuerpo compro dinero?] Pero, sobre todo, denuncia bien alto su función
adormecedora. “otro mundo es posible” es la canción de cuna que nos cantan los
que desean que nada cambie: hay que negociar con la realidad, hay que ser
constructivos… Hoy día no existe peor acusación que la de no ser constructivos.
¡Nos gustaría tanto ser positivos! ¡Nos gustaría tanto ser arrullados por estos
estribillos! El desarrollo sostenible es la eterna primavera del capital. La
ecología es su mala conciencia. El consenso democrático no es más que la
censura cuando todo se puede decir… La única pregunta interesante es: ¿cuánto
autoengaño necesito para soportar esta existencia miserable?”.[2]
Nihilismo y precariedad, son las plataformas
dinámicas y más apropias para el despliegue activo del capitalismo
contemporáneo. Nuestras existencias se ven despojadas, respectivamente, de todo
sentido y valor, lo que conlleva un efecto obligado en la carencia de
producción autónoma de la sensibilidad. Sabemos, por Foucault[3],
que el poder ha tomado la vida por asalto, y que su ataque se ha perpetrado en
la sencilla proclama de volver toda actividad vital de las personas a un
registro estadístico sustentado por el reservorio biológico de su expresión. Según
la mirada biopolítica, la población no ha sido sino un modo de codificación de
las acciones vitales bajo el registro de una estadística redituable para las
formas de normalización y moralización de todo aquello que hemos convenido en
llamar vida. En ese gesto de traducción de todas esas acciones cotidianas a un
registro efectivo y material de legislación gubernamental, se abrió la
disponibilidad de agenciar una captura mucho más profunda de la sensibilidad de
las subjetividades modernas europeas –y sin duda, latinoamericanas-, la
penetración del nihilismo como sensibilidad propia del progreso y el
aceleramiento de la producción capitalista. Peter Pelbart, expresa que este
nihilismo ha realizado una operación de desvalorización metafísica sobre la
vida, al proyectar valores trascedentes a la propia existencia inmanente del
vivir, y depositarlos esperanzadoramente en otro antiquísimo o adveniente tiempo. La sensación inmediata de
esperanza, resignación o fatiga, recae en un profundo sedimento desvalorizado
que expresa: “todo es igual, nada vale la pena”[4].
Una larga exhalación desganada que expresa un pasaje de la potencia vital al
biopoder esterilizante que se traduce en un fondo precario de existencia común,
existencias que ya ni siquiera saben de su propia vitalidad, porque han desistido
a toda experimentación y sentido. Esta producción sensible del agotamiento
desvalorizante de la vida es el efecto directo de las tecnologías que componen
ese dispositivo fármaco-espectacular (molecular, se podría decir también) de la
Biopolítica Estética.
Muy sintéticamente, la
biopolítica sería un modo del biopoder que se interesa por conducir las
conductas de la población, y regular sus acciones desde el convencimiento y la internalización
de las normas conductuales que un Estado determina para asegurar el bienestar
social. Actualmente, la biopolítica ha mutado bajo una operativa más fina y
minuciosa: busca producir no tanto un control de las conductas desde lo
disciplinar anatómico, o lo regulativo estadístico, sino desde la producción de
un dispositivo de sensibilidad que intenta inducir la percepción de toda
experiencia vital y cotidiana de las conductas de lxs cuidadanxs. Lo que se
podría denominar biopolítica estética, esta
nueva intervención del biopoder, es un modo de ejercicio productivo de poder que
viabiliza el capitalismo actual, donde se consolida un diagrama de producción sensible de las subjetividades, a partir
de una percepción que toma como centro de distinción la autoafirmación de una
existencia exageradamente displicente, y que se ve exacerbada por el
convencimiento artificioso de una heroicidad espectacularizada de la propia
experiencia. El dispositivo del Espectáculo, que no refiere ya a desear ser
visto y reconocido por otrx, sino a la necesidad de verse a sí mismx “viviendo”
en medio de una experiencia cotidiana, porque ya hemos perdido la posibilidad
de hacer experiencia por nosotrxs mismxs. Se trata no ya querer ser deseadx,
sino desear ser deseable[5].
Es necesario pensar esta
biopolítica como un modo estético-político de relación con la vida. Entonces,
pensar la biopolítica estética, es dar cuenta de la transformación
de los modos de vinculación de las singularidades subjetivas con el mundo,
desde la performatividad de las formas sensibles con que se configura una
percepción de dicho mundo. De este modo, las existencias se producen bajo un
fondo irreductible de insensibilidad anómica, que determina la mayor
arbitrariedad despótica bajo un doble procedimiento: una insensibilidad a sí
mismo, por parte de la extremada egolatría y obnubilación narcisista; y, una insensibilidad
a lx otrx, por extremada artificialidad afectiva. El dispositivo
farmacopornográfico, que desarrolla Paul Preciado en Testo Yonki, es la modalidad biopolítica que produce esta
insensibilidad necesaria como presencia efectiva de la precarización de la
existencia. La inmunología se tiende como la operativa que constituye la
profilaxis infinita de toda preexistencia relacional. Un poder terapéutico que
manda ante todo a “cuidarse”. Cuidarse como un modo de alejamiento de todo
registro afectivo, pero de producción sensible de la individualidad
farmacoespectacular. En síntesis, lo estético
de esta biopolítica, es el modo en que se provocan ciertas disposiciones
sensibles, desde el Farmacopornopoder y el Espectáculo, que regulan los
procesos de autosubjetivación del sentir, algo que paradójicamente se vuelve
muy necesario, para efectuar una existencia mínima, en medio de esta invasiva
extirpación de la experiencia vital que realiza el capitalismo sobre nuestras
formas de vida.
Decía Guattari, en San
Pablo, allá por 1992, que el capitalismo
mundial integrado y su temible instrumento de producción de subjetividad
mass-mediática tiende a transformar a sus ciudadanos productores-consumidores
en zombies impersonales, desingularizados, serializados.[6] Es
aquí donde toma importancia la propuesta guattariana del Nuevo Paradigma
Estético. Si existe una vía de posible resingularización de las subjetividades,
es re-establecer una resistencia a la era “mass-mediática” desde la producción
de nuevas modalidades de subjetivación, donde la potencia estética –o mejor,
protoestética- de sentir despliegue una fuerza de creación singular sobre todas
las relaciones que el sujeto traza en su territorio
existencial[7].
Se trata de producir una experiencia creadora de resingularización que tome el
arte como su más alta expresión vital y con ello diagramar un umbral
constitutivo de procesos creativos para
autoafirmarse como foco existencial, como máquina autopoiética[8].
Es un paradigma
estético procesual que hace coexistir en una atmósfera caósmica las fuerzas
vivas de las mutaciones con los equipamientos sedentarios de la identidad, pero
a los efectos concretos de hacer vibrar todo ese aparato de codificación
sensible a tal intensidad que se desborden las formas habituales de percepción.
En ese sentido, el nuevo paradigma estético tiene un vínculo directo con la era
post-mediática[9],
como praxis colectiva de resingularización en la que la heterogénesis del ser
procesual se expande en una proliferación multiplicada de acciones
comunitarias, de alianzas secretas y micropolíticas mutantes. Vida doméstica,
laboral, comercial, familiar, escolar, social, natural: vidas plurales y
cotidianas que se tejen en un entramado estético-político de sensibilidad
compartida. Por ello, el desafío se desata en la necesidad de resingularizarse
bajo un triple plano existencial:
mental, social y cósmico; es ahí donde la ecosofía como praxis ético-estética y
política se propone como una expresión más amplia y compleja que socava la
dirección unívoca del discurso cientificista de la ecología y desmonta la
secular mirada segmentadora del saber y el hacer,
Todo
debe ser tomando en esta perspectiva de elaboración procesual. La resistencia,
desde entonces, no es solamente una resistencia de los grupos sociales, es una
resistencia de las personas que reconstruyen la sensibilidad, a través de la
poesía, la música, de las personas que reconstruyen el mundo a través de una
relación amorosa, a través de otros sistemas urbanos, de otros sistemas
pedagógicos. Es la reasunción, la reapropiación procesual de la producción del
mundo, antes que partir de un mundo de valores universales y de una biósfera
que se supone estar ahí para siempre. Hay hoy un problema de responsabilidad
ética y pragmática radical[10].
Una performance se
piensa como una acción estético-política que diagrama un territorio de
composición abierta, donde ciertas líneas afectivas intervienen el continuum
sensorial con el que se ha acostumbrado percibir la realidad, un entramado
perceptivo que es efecto claro de esa disputa de lo sensible que dimos a llamar
biopolítica estética. Sabemos que
dicha querella no se da por los grados de argumentación posibles al respecto de
un suceso o un modo de pensar los acontecimientos, sino que aquello que está en
tensión estética y políticamente es el modo de percepción. Por ello, entendemos
que la performance es una práctica estético política que tensiona el común
sentido y el buen sentido que determinan la sensibilidad colectiva. Es una
praxis corporante que abre la
posibilidad de una resistencia sensible, de una especie de individuación,
cierta autopoiesis, que resingulariza lo procesual de la subjetividad enlazando
transversalmente los planos individuales, colectivos y cósmicos, como lo
pensaba Guattari.
Una performance, y
refiero puntualmente a las performances latinoamericanas decoloniales, no hace
más que proponer, bajo cierto procedimiento técnico y estético, una
disponibilidad vital, un plano de circulación afectiva, por donde transitan
aquellas intensidades necesarias para alcanzar el punto de originación mínimo
que sostenga la existencia, en medio de tantos arrebatos extractivistas
colonizantes y codificaciones capitalistas cotidianas. En ese sentido, hacer
una performance decolonial es fundamentalmente hacerse un cuerpx, en su pleno sentido ético-estético y político,
pero también epistémico-pedagógico. Una performance decolonial es un modo de
conocer aquel mundo que es necesario crear para que una existencia logre
respirar. Guillermo Gómez-Peña decía que ya no podía creer en los saberes que
no podía encarnar, su cuerpx se ha vuelto un plano de circulación y producción
de saberes sensibles. En ese sentido, una performance que descolonice lo
sensible es una apertura en el régimen de percepción, que hace presentes
fuerzas y afecciones que todavía no podían ser percibidas, su registro
epistémico-pedagógico se da en la potencia de transfiguración sensible de todo
aquello que se dispone en la acción performática.
Lorena Cabnal,
feminista comunitaria indígena, Maya-K’Iché, es quien desde su Guatemala
invadida, abre la posibilidad de pensar resistencias sensibles desde un
territorio-cuerpx comunitario, que es una intención de lucha por la autonomía
corporal y territorial de los pueblos colonizados. Su territorio-cuerpx se hace
desde la experiencia de un tejido de sanación que trama fibras ancestrales como
un gesto de resingularización efectiva, de las heridas producidas por la
colonialidad moderna-europea, epistémica, estética y políticamente. Se trata de
una contrapedagogía de lo sensible comunitario que resiste las formas de la
crueldad imperante en medio de tanta apatía y violencia descarada. Esas
pedagogías de la crueldad que, como bien dice Rita Segato, nos fuerzan a aprender a no sentir, aprender a no
reconocer el dolor propio o ajeno, desensitizar-se y que forjan la personalidad de estructura
psicopática funcional a esta fase histórica y apocalíptica del capital[11].
Me siento impotente, no puedo
cambiar las cosas. Pero esta rabia me sostiene y la he visto crecer desde que
me di cuenta de lo que estaba pasando. Es como un motor, un conflicto dentro de
mí que nunca cede, nunca dejar de dar vuelta, nunca” (Regina José Galindo)[12]
La performance como
resistencia sensible es el gesto profundamente vital de hacerse el cuerpx que deseamos y necesitamos para transitar las
intensidades de nuestra época: se busca mover, tocar, acercarse, caminar, se
intenta una respiración colectiva que abraza y acompaña los duelos, las
matanzas, lxs desaparecidxs, esas grietas heridas muy vivas antiguas y las más
recientes también. Una performance decolonial es un modo de conjurar la vida
comunitaria, singular y comunitariamente a la vez, es ese modo de hacer más sensible una comunidad afectiva.
* Trabajo presentado en las II
Jornadas Internacionales de Filosofía y Ciencias Sociales y I
Coloquio Nacional de Arte, Estética y política. De la crítica a la
transformación: rebelión y resistencia a 50 años de los movimientos sociales
del '68. Universidad Nacional de Mar del Plata, Noviembre 2018
[2] S. López Petit: Hijos de la noche. Bs. As.: Tinta Limón,
2015, 192-193
[3] “…el conjunto de mecanismo por medio de los
cuales aquello que, en la especie humana, constituye sus rasgos biológicos
fundamentales podrá ser parte de una política, una estrategia política, una
estrategia general de poder, en otras palabras, cómo, a partir del siglo XVIII,
la sociedad, las sociedades occidentales modernas, tomaron en cuenta el hecho
biológico fundamental de que el hombre constituye una especie humana…” (Foucault, Defender
la sociedad, 2001, 15-16)
[4] Pelbart, P. “Biopolítica y
contra-nihilismo”, en Nómadas,
Universidad Central, Colombia, N° 25, octubre, 2006, 14.
[5] Tiqqun: “Hombres-Máquina. Modos
de empleo” en Primeros materiales para
una teoría de la jovencita. Bs. As.: Hekht Libros, 2013, 180.
[6] Guattari, F.: “Ecología y
movimiento obrero. Hacia una recomposición ecosófica”, en ¿Qué es la ecología? CABA: Cactus, 2015, p. 313
[7] Guattari, Caosmosis, 2006, p.
125
[8] Guattari, Caosmosis, 2006, p. 130
[9] Guattari, Las tres ecologías, 1996, p. 65