martes, 13 de abril de 2010

Deleuze y el Juego Ideal (Parte I)

Deleuze, Gilles: Lógica del Sentido. Barcelona: Planeta-De Agostini, 1994. pp. 78-81

DÉCIMA SERIE: DEL JUEGO IDEAL

No solamente Lewis Carroll inventa juegos, o transforma las reglas de juegos conocidos (tenis, croquet), sino que invoca una especie de juego ideal del que; a primera vista, es difícil encontrar el sentido y la función: así, en Alicia, la carrera de conjurados, en la que se empieza cuando se quiere y se termina a voluntad; y la partida de croquet, en la que las bolas son erizos, los mazos flamencos rosas, los aros soldados que no dejan de desplazarse de un lugar a otro de la partida. Estos juegos tienen esto en común: son muy movidos, parecen no tener ninguna regla precisa y no implican ni vencedor ni vencido. No «conocemos» juegos tales, que parecen contradecirse ellos mismos.
Nuestros juegos conocidos responden a un cierto número de principios que pueden ser objeto de una teoría. Esta teoría conviene tanto a los juegos de destreza como a los de azar; sólo difiere la naturaleza de las reglas. 1 °) Un conjunto de reglas deben preexistir al ejercicio del juego; en cualquier caso, y cuando se uega, tienen un valor categórico; 2 °) estas reglas determinan hipótesis que dividen el azar, hipótesis de pérdida o ganancia (lo que ocurre si...); 3 °) estas hipótesis organizan el ejercicio del juego en una pluralidad de tiradas, real y numéricamente distintas, realizando cada una distribución fija que cae bajo tal o cual caso (incluso cuando se juega en una tirada, esta tirada no vale sino por la distribución fija que realiza y por su particularidad numérica); 4 °) las consecuencias de las tiradas se ordenan según la alternativa «victoria o derrota». Los caracteres de los juegos normales son pues las reglas categóricas preexistentes, las hipótesis distributivas, las distribuciones fijas y numéricamente distintas, los resultados consecuentes. Estos juegos son parciales por un doble motivo: porque no ocupan sino una parte de la actividad de los hombres, y porque, incluso llevados al absoluto, solamente retienen el azar en ciertos puntos, y dejan el resto al desarrollo mecánico de las consecuencias o a la destreza como arte de la causalidad. Es pues obligado que, siendo ellos mismos mixtos, remitan a otro tipo de actividad, el trabajo o la moral, de la que son la caricatura o la contrapartida, pero cuyos elementos integran también en un nuevo orden. Ya sea el hombre que apuesta de Pascal, o el Dios que juega al ajedrez de Leibniz, el juego sólo es tomado explícitamente como modelo en la medida en que él mismo tiene modelos implícitos que no son juegos: modelo moral del Bien o de lo Mejor, modelo económico de las causas y de los efectos, de los medios y de los fines.
No basta con oponer un juego «mayor» al juega menor del hombre, no un juego divino al juego humano; hay que imaginar otros principios, incluso inaplicables en apariencia, donde el juego se vuelva puro. 1 °) No hay reglas preexistentes; cada tirada inventa sus reglas, lleva en sí su propia regla. 2 °) En lugar de dividir el azar
en un número de tiradas realmente distintas, el conjunto de tiradas afirma todo el azar y no cesa de ramificarlo en cada tirada. 3 °) Las tiradas no son pues, en realidad, numéricamente distintas. Son cualitativamente distintas, pero todas son las formas cualitativas de un solo y mismo tirar, ontológicamente uno. Cada tirada es en sí misma una serie, pero en un tiempo más pequeño que el mínimo de tiempo continuo pensable; a este mínimo serial le corresponde una distribución de singularidades (1). Cada tirada emite puntos singulares, los puntos de los dados. Pero el conjunto de tiradas está comprendido en el punto aleatorio, único tirar que no cesa de desplazarse a través de todas las series, en un tiempo más grande que el
máximo de tiempo continuo pensable. Las tiradas son sucesivas unas respecto de otras, pero simultáneas respecto a este punto que cambia siempre la regla, que coordina y ramifica las series correspondientes, insuflando el azar a todo lo largo de cada una. El tirar único es un caos, del que cada tirada es un fragmento.
Cada tirada opera una distribución de singularidades, constelación. Pero en lugar de repartir un espacio cerrado en resultados fijos conforme a las hipótesis, son los resultados móviles que se reparten en el espacio abierto del tirar único y no repartido: distribución nómada y no sedentaria, en el que cada sistema de
singularidades comunica y resuena con los otros, a la vez implicado por los otros e implicándolos en el tirar mayor. Es el juego de los problemas y de la pregunta, y no de lo categórico y lo hipotético.
4 .º) Un juego tal, sin reglas, sin vencedores ni vencidos, sin responsabilidad, juego de la inocencia y carrera de conjurados en el que la destreza y el azar ya no se distinguen, parece no tener ninguna realidad. Además, no divertiría a nadie. Seguramente, no es el juego del hombre de Pascal, ni del Dios de Leibniz. Cuánta trampa en la apuesta moralizante de Pascal, qué mala tirada en la combinación económica de Leibniz. Con seguridad, todo esto no es el mundo como obra de arte. El juego ideal del que hablamos no puede ser realizado por un hombre o por un dios. Sólo puede ser pensado, y además pensado como sin sentido. Pero
precisamente es la realidad del pensamiento mismo. Es el inconsciente del pensamiento puro. Es cada pensamiento que forma una serie en un tiempo más pequeño que el mínimo de tiempo continuo conscientemente pensable. Es cada pensamiento que emite una distribución de singularidades. Son todos los
pensamientos que se comunican en un Largo pensamiento, que hace que se correspondan con su desplazamiento todas las formas o figuras de la distribución nómada, insuflando el azar por doquier y ramificando cada pensamiento, reuniendo «en una vez» el «cada vez» para «todas las veces». Porque afirmar todo el azar, hacer del azar un objeto de afirmación, sólo el pensamiento puede hacerlo. Y si se intenta jugar a este juego fuera del pensamiento, no ocurre nada, y si se intenta producir otro resultado que no sea la obra de arte, nada se produce. Es, pues, el juego reservado al pensamiento y al arte, donde ya no hay sino victorias para los que han sabido jugar, es decir, afirmar y ramificar el azar, en lugar de dividirlo para dominarlo, para apostar, para ganar. Este juego que sólo está en el pensamiento, y que no tiene otro resultado sino la obra de arte, es también lo que hace que el pensamiento y el arte sean reales y trastornen la
realidad, la moralidad y la economía del mundo.
En nuestros juegos conocidos, el azar está fijado en ciertos puntos: en los puntos de encuentro entre series causales independientes, por ejemplo, el movimiento de la ruleta y de la bola lanzada. Una vez producido el encuentro, las series confundidas siguen un mismo carril, al abrigo de cualquier nueva interferencia. Si un jugador se inclinara bruscamente y soplara con todas sus fuerzas, para acelerar o frenar la bola, sería detenido, expulsado y la tirada anulada. Sin embargo, ¿qué habría hecho excepto reinsuflar un poco de azar? Es así como J. L. Borges describe la lotería de Babilonia: «Si la lotería es una intensificación del azar, una periódica infusión del caos en el cosmos, ¿no convendría que el azar interviniera en todas las etapas del sorteo y no en una sola? ¿No es irrisorio que el azar dicte la muerte de alguien y que las circunstancias de esa muerte -la reserva, la publicidad, el plazo de una hora o de un siglo- no estén sujetas al azar?... En la
realidad el número de sorteos es infinito. Ninguna decisión es final, todas se ramifican en otras. Los ignorantes suponen que infinitos sorteos requieren un tiempo infinito; en realidad basta que el tiempo sea infinitamente subdivisible, como lo enseña la famosa parábola del Certamen con la Tortuga.» (2) (*) La pregunta fundamental que nos propone este texto es: ¿Cuál es este tiempo que no precisa ser infinito, sino solamente «infinitamente subdivisible»? este tiempo es el Aión. Hemos visto que el pasado, el presente y el futuro no eran en absoluto tres partes de una misma temporalidad, sino que formaban dos lecturas del tiempo, cada una completa y excluyendo a la otra: de una parte, el presente siempre limitado, que mide la acción de los cuerpos como causas, y el estado de sus mezclas en profundidad (Cronos); de otra parte el pasado y el futuro esencialmente ilimitados que recogen en la superficie los acontecimientos incorporales en tanto que efectos (Aión). La grandeza del pensamiento estoico consiste en mostrar a la vez la necesidad de las dos lecturas y su exclusión recíproca. Tan pronto se dirá que sólo existe el presente que reabsorbe o contrae en él al pasado y al futuro, y, de contracción en contracción cada vez más profundas, alcanza los límites del Universo entero para convertirse en un vivo presente cósmico. Basta entonces con proceder según el orden de las decontracciones para que el Universo vuelva a comenzar y todos sus presentes sean restituidos: el tiempo del presente es, pues, siempre un tiempo limitado, pero infinito en tanto que cíclico, en tanto que anima un eterno retorno físico como retorno de lo Mismo, y una eterna sabiduría moral como sabiduría de la Causa. Tan pronto, por el contrario, se dirá que únicamente subsisten el pasado y él futuro, que subdividen cada presente hasta el infinito por más pequeño que sea, y lo alargan sobre su línea vacía. La complementariedad del pasado y el futuro aparece claramente: y es que cada presente se divide en pasado y en futuro, hasta el infinito. O mejor, un tiempo así no es infinito, porque nunca vuelve sobre sí mismo sino que es ilimitado, en tanto que pura línea recta cuyas dos extremidades dejan de alejarse en el pasado, de alejarse en el porvenir. ¿Acaso no hay ahí, en el Aión, un laberinto completamente diferente que el de Cronos, todavía más terrible, y que ordena otro eterno retorno y otra ética (ética de los Efectos)? Pensemos de nuevo en las palabras de Borges: «Yo sé de un laberinto griego que es una línea única, recta... para la otra vez que lo mate le prometo este laberinto, que consta de una sola línea recta y que es invisible, incesante.» (3)

NOTAS
1.- Sobre la idea de un tiempo más pequeño que el mínimo de tiempo continuo, véase Apéndice II.
2. - J. L. Borges, Ficciones, Alianza Ed., págs. 76-77. (El «conflicto con la Tortuga» parece una alusión no
sólo a la paradoja de Zenón, sino a la de Lewis Carroll que hemos visto anteriormente, y que Borges
resume en Discusión, Alianza Ed.) (*) El subrayado es de G. Deleuze. (Original, pág. 77.)
3. - Borges, Ficciones, págs. 162-163. {En su Historia de la eternidad, Borges no va tan lejos, y no parece
concebir otra forma de laberinto más que circular o cíclico.)
Entre los que han comentado el pensamiento estoico, Victor Goldschmidt ha analizado particularmente la coexistencia de las dos concepciones del tiempo: una, la de los presentes variables; otra, la de la subdivisión ilimitada en pasadofuturo (Le Système stoïcien et l'idée de temps, Vrin, 1953, págs. 36-40). Ha mostrado también, en los estoicos, la existencia de dos métodos y de dos actitudes morales. Pero la cuestión de saber si estas dos actitudes se corresponden con los dos tiempos, aún está oscura: no parece que sea así, según el comentario del autor. Con mayor razón, la cuestión de los dos eternos retornos tan diferentes, correspondientes a su vez a los dos tiempos, no aparece (al menos directamente) en el pensamiento estoico. Regresaremos sobre estos puntos.

sábado, 10 de abril de 2010

Para jugar el juego del mundo


Por: Eva Tabakian
Revista Ñ - Nº 340. 03/04/10. pp. 12-13
 
Libertad, imaginación y placer se unen en el juego, una conducta humana que sigue encerrando misterios. En este recorrido, un panorama de las principales teorías que lo han estudiado, de la cultura griega al auge de la neurobiología.

El juego es junto a su simpleza y universalidad, tal vez, la actividad más enigmática del ser humano. Reúne tal cantidad de cualidades que ha atraído a pensadores de todas las disciplinas y ha sido objeto de innumerables observaciones y teorizaciones. La falta de un propósito utilitario, su aparente libertad ¬regulada sin embargo por leyes imperceptibles a primera vista¬ y el placer y el goce que proporciona lo localizan en una zona de privilegio entre las prácticas del hombre.

En filosofía, la noción de juego desempeña un papel importante en muchas de las teorías estéticas, psicológicas y antropológicas. Schiller, por ejemplo, en sus Cartas sobre la educación estética, considera que el impulso lúdico es el fundamento de todo impulso artístico. Entre tanto, un filósofo más cercano a la psicología, Herbert Spencer plantea la existencia de un instinto de juego que se explicaría a partir de una energía biológica sobrante que se aplica en dos formas, una inferior, el deporte y una superior que es el arte. Ya los griegos, siempre pioneros en lo que hace a creación de valores en la historia de Occidente, habían transitado estas dos vertientes, el deporte en la creación de las olimpíadas y el teatro en su forma primera, fundando con ellas dos rasgos esenciales de su cultura. Esta idea del filósofo Spencer del impulso lúdico como una energía psíquica sobrante estuvo muy difundida a fines del siglo XIX y comienzos del XX y prácticamente todas las concepciones naturalistas han adherido a ella.

Entre la multitud de teorías sobre el juego cabe señalar las que lo consideran una consecuencia del impulso de imitación, o la expresión de un deseo de dominio, o una actividad completamente desinteresada. Sin embargo, el primer gran teorizador del juego, el historiador holandés Johan Huizinga, rechaza todas estas posiciones al sostener que el juego es una función del ser vivo (léase no solo del hombre) y como tal función está dotada de independencia respecto de otras actividades. En Homo ludens (1940), afirma que "no se trata, para mí, del lugar que al juego corresponda entre las demás manifestaciones de la cultura, sino en qué grado la cultura misma ofrece un carácter de juego." En este sentido, Huizinga estudia el juego como función creadora de cultura que se manifiesta en el Derecho, en la guerra, en el saber, en el arte y en la filosofía. Este planteo le permite pensar la cultura como estando o no bajo la égida del juego y separar las épocas en que lo lúdico es muy importante, como en la vida medieval (tal como ilustran los cuadros de Brueghel el Viejo con sus plazas llenas de gente que se entretiene en distintas actividades de juego), de otras en las que es mucho menor como en el siglo XIX en el que los descubrimientos de las ciencias hacen que lo lúdico se desplace a un segundo plano. Siguiendo en el campo de lo filosófico, es interesante observar el papel del juego en la filosofía de Martín Heidegger, para el cual el juego permite dejar ser la cosa como cosa y de este modo nos posibilita acercarnos al ser de la misma, un ser ¬dice Heidegger¬ que "juega el juego del mundo". Por medio del juego, tal como con otros conceptos, lo que este pensador piensa es en un más allá de la metafísica donde el principio de razón y de no contradicción no rijan la especulación sobre el ser y para esto el mejor camino es salirse de la pregunta por el ¿por qué? y permitirse pensar por fuera de los rigurosos pero estrechos senderos del pensamiento racional.

Pareciera sin embargo que, aún partiendo de distintos intereses, las dos disciplinas que han tomado el juego como cuestión propia, por su pertinencia al mundo infantil, son la educación y el psicoanálisis. La teoría de Jean Piaget, que ha sustentado tantos planteos de aprendizaje, se localiza dentro de la psicología de la conciencia, y por lo tanto, considera el juego como una conducta. Esta conducta, como tal, debe cumplir con ciertos requisitos: que se realice simplemente por placer, que no tenga otro objetivo que su propia consecución (el juego no persigue ni eficacia ni resultados), que el niño lo realice por iniciativa propia, y finalmente que exista un compromiso activo por parte del sujeto. Lo importante del planteo de Piaget, que se contrapone a otras corrientes psicológicas, es que el juego no es una actividad adaptativa, no persigue el equilibrio entre asimilaciones y acomodaciones. Por el contrario, aparece como uno de los polos de ese equilibrio, el del predominio de la asimilación, donde el niño no se adapta al mundo, sino que lo deforma en el ámbito del juego, conforme a sus deseos, asimilando así lo real al yo.

También en el marco de la conducta pero con el agregado de la adaptabilidad y la búsqueda de bienestar como elementos centrales, aparecen los nuevos estudios de las neurociencias que plantean el juego como un componente imprescindible en la sociabilización y optimización de las performances humanas. Uno de los voceros más activos de esta tendencia es el médico psiquiatra norteaméricano Stuart Brown (A jugar, Editorial Urano, Barcelona, 2010) quien comenzó sus estudios sobre el juego a partir de la investigación de los antecedentes de asesinos, en especial de los que cometen matanzas al estilo de Charles Whitman, el de la Torre de la Universidad de Texas, en el año 1966 . En todos los casos estudiados se constató que estas personas habían sido privadas, por distintos motivos, de practicar libremente el aspecto lúdico de sus vidas. Este médico propone una fisiología del juego y una taxonomía que permita extrapolar los elementos del juego animal e infantil a las actividades de los adultos para mejorar la calidad de vida de los humanos. Para él hay un punto inicial de juego que es aquella escena en que la madre observa al bebé (un bebé que está en edad de sonreír) y ante este hecho le propone palabras, susurros, canciones o morisquetas. Según los estudios neuronales se ha observado, dice, que cuando se da esta situación, el hemisferio cerebral derecho de uno está en sintonía con el otro. Señala también que el juego nace a partir de la curiosidad y la exploración, pero también es una herramienta para pertenecer al grupo social. En este sentido separa los juegos grupales de los individuales. Entre los primeros destaca, a partir de su observación de los cachorros de animales salvajes, los juegos bruscos que recomienda permitir en la etapa escolar porque zambullirse, golpear, silbar y gritar permiten la regulación emocional. Los individuales, más específicamente, los imaginativos permiten elaborar una narración interna, que finalmente se constituirá como nuestra propia historia interior.

Pero ¿qué produce el juego en el cerebro? Mucho, aun cuando a causa del poco apoyo que se le brinda a estas investigaciones, no se pueda saber todavía la especificidad de este bienestar. Sin embargo, hay evidencia científica de que nada estimula el cerebro como jugar, entre otras cosas porque envía gran cantidad de impulsos al lóbulo frontal y ayuda a desarrollar la memoria contextual. Para Brown, el acercamiento de las neurociencias al juego es la gran aventura del futuro.

El modo de investigación de este grupo se puede observar en el siguiente ejemplo. Se considera que el mundo animal está programado de manera que hay un determinado período de su juventud en el que el animal juega.

Entonces, tomando un número de ratas, se reprime este comportamiento en un grupo de estudio mientras se lo permite en otro y luego de un tiempo se les presenta a ambos grupos un collar con olor a gato. Ambos grupos se ocultan, pero las no jugadoras quedan en su escondite, no salen ya y, por lo tanto, mueren. Las otras, en cambio, salen a explorar el medio y comienzan a moverse otra vez. Para los investigadores del juego, esto significa, teniendo presente que las ratas tienen los mismos neurotransmisores que nosotros, que el juego es muy importante para nuestra sobrevivencia. La mayoría de los ejemplos y conclusiones derivan de este tipo de extrapolaciones.

En lo estrictamente humano, Brown considera que lo específico de nuestra especie es que estamos diseñados para jugar toda la vida. El juego permite entrar en confianza que siempre se pierde en el mundo adulto y esto es lo que hay que recobrar. "Somos las criaturas más flexibles, joviales, plásticas y, por lo tanto las más lúdicas y esto nos da una ventaja en la adaptabilidad". Y propone entonces que cada uno intente realizar su propio "historial de juego personal" recuperando las vivencias placenteras de las actividades lúdicas. A partir de allí, aconseja "ir hasta la imagen más clara, alegre y juguetona que tengan y comiencen a construir desde esa emoción la forma en que se conecta con su vida actual y encontrarán que pueden cambiar de trabajo o serán capaces de enriquecer su vida priorizándola y prestándole mayor atención."

Como bien se puede observar, Brown pertenece a lo más selecto de la tradición de las neurociencias y no pierde de vista, ni un instante, la ideología que las transita desde su inicio: la idea de un hombre sin conflictos, adaptado a su "medio ambiente", disfrutando de lo "bueno de la vida". La idea de especie, la homologación del mundo animal y el humano, la naturalización de los conflictos y el optimismo simplista hacen del individuo que la neurobiología propone un hombre liso, sin humor que evita sus pasiones y las sustituye por los paisajes placenteros de lo convencional. Esto se ve reforzado por las imágenes elegidas por Stuart Brown para ilustrar el video en el que propone su teoría acerca del juego. Todas ellas tienen el aspecto idílico de las postales o de los afiches de películas norteamericanas que postulan la posibilidad siempre a la mano de lograr la felicidad completa.

Es interesante contraponer la visión de una especialista en el trabajo con niños, la psicoanalista Alba Flesler, autora de El niño en análisis y el lugar de los padres ,para poder ofrecer otra vertiente en la comprensión del juego. Ella plantea que no todos los niños juegan y que este hecho ofrece, ya desde un inicio, la evidencia de que el carácter del juego humano no es natural. Ahondando su distancia del reino animal, la diferencia para el ser humano radica en que no es suficiente estar vivo para existir.

"Los animales también juegan, pero ellos nunca recrearán su existencia en personajes diferentes y renovados que los habiliten a perder el destino de la especie que los vio nacer. Tampoco, por mucho que se esmeren, representarán un papel por fuera del indicado por su naturaleza animal. Jugar a la escondida o a cambiarse el disfraz, no es sino proponerse ser otro que el que habitualmente se es. Alivianándose de una identidad que lo esclavizaría, el niño que juega se aligera de la fijeza que rigidiza y empobrece la vida y muestra el abismo que lo separa de otros vivientes. Desde una perspectiva estrictamente lógica, podríamos decir que el juego para el ser humano, más que necesario para la vida es imprescindible para la existencia." Es que para Flesler, el juego humano, lejos de ser reproductivo de un acontecimiento anteriormente vivido, es productivo de una diferencia radical.

"Iniciamos nuestras vidas con reglas de juego cuyo guión escribieron otros. Tal vez esa razón promovió en Freud la idea de que el niño es un juguete erótico. Sin embargo, en el juego cada niño crea, a la altura de otros creadores, una escena distintiva, lúdicamente distante del espacio que lo vio nacer. A pesar de ello, merece recordarse que la escena lúdica es escurridiza, delicada y requiere para su despliegue de un elemento esencial y necesario: el intervalo. Para que haya juego es preciso un intervalo en el espacio inaugural previsto para un niño al nacer. El juego sólo se engendra en los contingentes intersticios entre el niño esperado y el niño hallado. En ese intervalo late la subjetividad, anhelante de escribir su propio texto".

Aquí se trata, en principio, de sujeto, de un sujeto hablante y por lo tanto deseante, que crea y es creado, que juega y es jugado, poniendo en juego siempre su estatuto de ser lo que es. El animal juega, es cierto, pero siempre como un entrenamiento para su vida futura, imitando las conductas que realizará de adulto, por eso es más importante el juego en su juventud. Su juego lo prepara para el comportamiento de especie: la caza, el escondite, la aprehensión del objeto, su ocultamiento, y sus logros son de este tenor.

Lo que subyace a la idea de comparar y extrapolar las conductas es, por supuesto y en primer lugar, el pensar en términos de conducta, pero más allá de esto, la tendencia de naturalizar lo humano hasta el extremo de lo que Elizabeth Rondinesco denomina "la derrota del sujeto". Para la historiadora del psicoanálisis, "la era de la individualidad sustituyó así a la de la subjetividad: dándose a sí mismo la ilusión de una libertad sin coacción, de una independencia sin deseo y de una historicidad sin historia, el hombre de hoy devino lo contrario de un sujeto." Probablemente, entonces, en estas aparentemente nuevas concepciones del juego, lo que vuelve es la impronta biologista y natural prometiendo una vez más en la historia de las ideas un bienestar y una felicidad extraídas del modelo del reino animal al que el hombre debe "adaptarse" si quiere lograr su felicidad.

miércoles, 31 de marzo de 2010

Cortázar... Lúdico

“…en la página 220 de mi novela 62, Juan vuelve a París después de varios semanas de ausencias, y apenas se ha bañado y cambiado de ropa va al garage y saca su auto para ir a buscar a Hélène. El lector que ignore el funcionamiento de la ida práctica en Paris pensará que eso no es posible, puesto que la batería de un auto inmovilizado tanto tiempo se descarga y nadie imagina – especialmente yo- aun bacán como ese interprete internacional dándole manija al coche para que arranque.

El mismo lector, sin embargo, ha encontrado tantas irrealidades en el libro, que incluso si repara en ese detalle técnico, puede sentirse tentado de incluirlo en la cuenta de todo lo precedente; si es así, debería a dedicarse a leer otro tipo de literatura, porque con este no congenia. La razón es muy simple y sitúa con una clarísima perspectiva la noción de realidad en cierta narrativa. Muchas cosas pueden parecer “absurdas” en 62, deliberada o tácitamente imposible con arreglo a la óptica usual, pero en un relato que merezca el nombre de fantástico ese supuesto “absurdo” responde a una legislación no menos coherente que la realidad ordinaria de ahí que una trasgresión tan frívola como la del auto que arranca si la batería cargada bastaría para invalidarlo. El lector sensible a los parámetros y las normas subyacentes en toda legitima literatura fantástica sabe que hay una lógica sui generis que no tolera allí la menor frivolidad (hermoso rigor del homo ludens) una realidad de lo insólito dentro de la cual los ascensores pueden desplazarse horizontalmente y las estaciones del subte sucederse en un orden extra cartográfico y las lagunas suburbanas de Paris encresparse con sensibles mareas, pero que se anularía insanablemente si se diera a facilidades como la citada al principio. Y así el lector sensible a esa lógica sabe, sin necesidad de que se le diga en el texto, que el patrón del garage conocía la fecha del regreso de Juan y le tenía el auto listo, o que Juan, como hacemos en estas latitudes, le telefoneó desde Viena para que le cargara la batería. Lo fantástico no es nunca absurdo porque su coherencia intrínseca funciona con el mismo rigor que la de lo cotidiano; de ahí que cualquier trasgresión de su estructura lo precipite en la banalidad y la extravagancia. Un auto que arranca con la batería descargada entra en lo maravilloso y no en lo fantástico; el auto de Juan, en todo caso, no se parecía a la carroza de la cenicienta…”

Cortázar, J.: Último Round. México: Siglo XXI, 1969… "Estado de las Baterías"

lunes, 22 de marzo de 2010

Sobre Eternidad(es) y Belleza(s)

La eternidad esta enamorada
de los productos del tiempo .
W. Blake


Una obra escultural, una fotografía, un bello cuadro pintoresco, temporalidad sincrónica fijada en dimensiones inalterables, cánticos de eterna belleza llamados a morir.

Un susurro preponderante encamina los altos elogios dedicados al celestial modelo. La eternidad goza de los privilegios del permanecer inerte ante esta agua destructora de materialidades que es el tiempo. La eternidad es perfección en su más puntillosa cavidad. Oculta un destello atómico de grandeza y plenitud. Sísifo lo sabia, no era su muerte la condena si no la misma eternidad del forzado trabajo. Blake, el oscuro, lo develo. La eternidad se ha enamorado de la belleza que emana la fugacidad de lo contingente.

Nada más cercano al pensamiento griego antiguo que la idealización divina de la Belleza, nada más inherente a las divinidades lejanas que el certero calificativo de "Eterno", propiedades, aderezos, condimentos infaltables en el manjar del imaginario celestial.

La asintótica búsqueda de los inalcanzables describe redondamente la primera estupidez del hombre. Una desesperada búsqueda de eternidad, belleza y juveniles atuendos. Una travesía sinuosa encarada frenéticamente en pro de excelsos ropajes, pesos innecesarios que adornan nuestra opaca carencia, e identidades limitadas por materialidades canjeadas. Una constante y caprichosa búsqueda de una "Bella y juvenil Personalidad”

El sueño cotidiano territorializa en la ambigüedad que confronta un anhelo de Eternidad con la caducidad de lo mutable. Una ambigüedad temerosa, que atraviesa las entrañas de lo mortales que solo se arriesgan al deseo de la perpetuidad pero que no esperan obtenerlo. ¿Soportarían tan pesada diferencia? ¿Se atreverían a ser diferentes? ¿a ser eternos en un mundo pasajero?

El vertiginoso escape de la realidad angustiosa que implica chocarse con uno mismo, nos precipita en la consciencia de los límites. Avocados a la realidad, la distracción es constante. Inmersos en el estrecho recién-presente y en el por-venir-inmediato, descuidamos el último y filoso corte de este desvío. Segunda estupidez humana, atosigarse de materialidades petrificadas por las pretensiones de inmortalidad que obstaculizan la mirada hacia la finitud. Embarcarse en un viaje de aprensiones, de id-entidades brillosas que nos eternizan falsamente, una vida en y por las cosas.

La estupidez humana desintegra la lógica parmenidea: Ser y no-ser a la vez. Una estupidez bipolar: buscar lo inalcanzable y olvidarse de la finitud. Adornar una belleza efímera con pretensiones de eternidad es olvidarse de lo fugaz de este pasaje. ¿Eternidad o Eternidades? ¿Belleza o Bellezas? Quizás lo eterno y lo bello tengan que ver con una linealidad perpendicular a la horizontalidad del tiempo. La vida, como todo segmento, esta atravesado por infinitos momentos (puntos) que pueden ser eternizados si lo consideramos en su verticalidad. Quizás sea esta la única forma de eternidad y belleza posible en un cambiante y transitorio mundo fugitivo…

La misma escultura, capricho tridimensional de la voluntad de representar, se erosiona; el cuadro inerte eclosiona en un constante devenir de ocres moribundos; la fotografía exuberante de vivas alegrías fenece en sepia carcomida. Y el hombre, multitud de insignificancias, se desgarra, lentamente, ahí en el fondo, en un cofre de oro y vestido de seda, destinado al abono de un nuevo y cíclico período.

domingo, 21 de marzo de 2010

Mi Muerte... Las Muertes...

"Mi Parca yo la acogeré gustoso
Cuando Zeus quiera traérmela..."
Il. XXII, 365 

Mi muerte y yo… Mis muertes, las muertes… Amanecida en los brazos de una madre sin tiempo, mi muerte rueda en compañía de mis anhelos, los acompaña instigando sus giros, abrigando sus alas. Coloreando sus matices decaídos y celebrando los avances de mi nada…



Mi muerte coquetea con mis pasiones y seduce mi razón, coloquio de salón para mi mente, caldero hirviente para mis lujurias… y entre instantes siento que su voz susurra desde las sombras como una aliada del viento. Reiteradas veces se ha puesto desnuda ante mí y solo he podido reconocer su silueta. Una mínima mueca deslucida de su prisma tajante.

Ella se ríe conmigo cuando esquivo los dardos, cuando acierto una pincelada o socavo un despropósito. A veces pienso que también me ayuda a elegir los pasos correctos. Quizás porque caminamos juntos en cada pisada; porque hablamos en cada silencio; o quizás, porque nos miramos en cada sueño.

Mi muerte sabe de mi hambre, sabe de mi olvido, sabe que las noches no temen al día y sabe que el día huye de las noches. Como las olas se esconden en sí mismas para aumentar el espíritu del mar y devolver a las arenas su forma original…

Mi muerte se desliza por mis dedos alcanzando todo lo que toco, un Minos con potencia redentora. Abrazo su paz, y escondo los restos de mi historia personal, me oculto en su mirada y el horizonte se hace infinito… no hay tiempo en esa mirada, no hay espacio en ese acople, las banalidades se pierden en una eternidad salvadora, los triviales éxitos se desvanecen, cesan los orgullos y se desgajan las corazas del alma: qué sonrisa no se escaparía ante tal amor…

Mi muerte baila y siente sus pies gozar con mis pasos de marfil, mimesis del cósmico renacer, canta entre corales destinados al Edén… es una mujer que quema su vientre para dar nacimiento a la eternidad… un amor imperecedero que alcanza las más altas cumbres de la sutileza…

Mi muerte está ahí mismo, en cada letra que se vierte sobre las celdas permutables de lo que escribo, mi muerte zigzaguea y arremete, quiere domesticarme, quiere amaestrarme y educarme en su milenario secreto. Mi muerte conoce todos los secretos.

Mi muerte conoce mis límites, mis canciones, mis amores, y sabe que el color de las ropas que porto no es transparente. Con mi muerte solo muero, tan solo muero coronado de pomposos despojos de pesada alcurnia… Con mi muerte solo se muere, múltiples veces, milimétricas y millonarias veces en cada instante que la luz de su sonrisa destila el alma somnolienta…

Y en ese espacio de verdad que se abre ante su abrazo, el despertar despliega sus dones, disolviendo mis lagañas en su luz, coloreando los grises sombríos de un asfalto gastado de ardor, y sin desprecio por mi olvido, las escenas se comprimen en un adiós profundo y silencioso. Mi muerte sabe que en ese instante tan sublime, en ese intenso abrazo de hermanos… mi muerte sabe que no solo yo voy a morir… sino que ella morirá conmigo…



Cazadores de Fuegos


Las búsquedas de la noche nunca son infames, los bosques de cemento no se entreveran ni callan para devenir silencio. Es en los momentos de apuro, de mayor apresuramiento por alcanzar un estado de comodidad o de apacible estabilidad, cuando unas bocanadas de aire se acercan para aprisionarnos en calles de miedo o, por lo menos, de sospecha, y la pesada manta de estrellas nos cubre con confuso deleite… La expectativa no espera, se adelanta en prejuicios y devaneos sin meta; insistente, apremia y corrige las sombras en fantasmas del imaginario. Las calles se pierden en un lejano punto apenas iluminado por un camino de ocres destellos. Las voces de los árboles susurran en un perdido unísono multifónico y las hojas, cuando las hay, delatan a los perdidos que en la noche encuentran su cadalso. Parecería que en esos momentos se tarda más, se lentifica el esperado servicio, como si se escondiera detrás de las esquinas meditando la crisis o el asalto. Se retrasa en paz, con desgraciada indiferencia recorre los intestinos de cemento hurgando los recovecos más precisos y calando los cordones arruinados del día. Se toma su tiempo, se toma su tiempo para pasear y conocer lo que la oscura vuelta devela en borrosas imágenes y sin detenerse, salvo al llamado sediento, escala tímidamente las avenidas sin dejar más rastro que el gris imperceptible… Es una larga espera que, por lo general, deviene en incertidumbre, y confronta las razones más delirantes de la tardanza. Pero al ser trascendida por ese mismo letargo del tiempo, emerge la inquietud más perversa, una que se asemeja al olvido… Es cuando, en el caso que fuere, se decide calmar el atosigamiento angustiante, con el calmante predilecto, un analgésico delator. Se inicia el ritual milenario, las manos, aun impacientes, se apresuran, aunque cordial y medidamente, en apelmazar la hebra; la mirada perdida en el trasfondo de un horizonte estéril, y la herencia prometeica acciona su calor; la mirada retorna y se hunde en el hueco aun más oscuro que deliberadamente destella ante la capital ignición. Un fulgor casi eterno despierta lentamente en la inspiración profunda que aviva el rojo ardor. Los ojos se cierran, como cuando se logra la plenitud, y las vibraciones colapsan en un segundo de calma. El mismo gris invisible se deshace en un soplo de tenue brisa y las venas regularizan su tránsito. Es ahí, en ese instante trascendental que confluyen las simpatías más íntimas, que entre las sombras del largo sendero, se vislumbra con un vaivén lumínico un rinoceronte de metal, que se abalanza ante la presa humeante, como bólido cazador de fuego en la búsqueda de una víctima más…

Vocales Adheridas


¿Qué se podría decir de la prolongada predisposición habitual que estira dilatadamente los conceptos en una vocal caprichosa en los coloquios cotidianos?



Sucede que en muchas de las tertulias vivaces y delicadas, donde los doctores en pasiones secretas y los intelectuales del bolsillo aceptan y comparten debates efímeros sobre la brevedad del destino fugitivo o las complicaciones monetarias, existe una reiterada predisposición, quizás no consciente, de estirar ciertas vocales medias de palabras técnicas con la pretensión de contagiar su sentido por “osmosis” (¿anhelo cognitivo o vacía telepatía?)



Detrás de estas anchas terminologías podría esconderse una balbuceante ignorancia del trasfondo conceptual expresado o bien, quizás, un insistente fonema que no pretende despegarse de los maxilares. En todo caso, me quedo con la primera. Se hace intrigante, y hasta desesperante, no preguntar, aunque sea silenciosamente, si realmente se comprende el término dilatado. Por debajo, en los fondos alternos, retorna un risa que trasciende los avatares de la circunstancia, sobrevolando las ignorancias y las soberbias, descansando en un asentimiento apaciguante que da por terminada y comprendida la pretensión inmanente de comunicación teórica. Un juego de sonrisas, de máscaras, de ignorancias…



martes, 5 de enero de 2010

"El Gran Juego" Julio Cortázar




EL GRAN JUEGO

Entiendo ya algunas figuras
pero no sé qué es la baraja,
qué anverso tiene esa medalla
cuyo reverso me dibuja.

En la otra cara de la Luna
duermen los número del mapa;
juego a encontrarme en esas cartas
que ciegamente son mi suma.

De tanta alegre insensatez
nace la arena del pasaje
para el reloj de lo que amé.

Pero no sé si la baraja
la mezclan el azar o el ángel
si estoy jugando o soy las cartas.
Julio Cortázar (Último Round)