II. biopolítica estética


biopolítica estética


Hay algo objetivamente terrorífico en ese triste cuarentón que hasta el momento de la matanza ha sido el más normal, el más simple, el más insignificante de los hombres medios. Nunca se le ha oído declarar su odio hacía la familia, al trabajo o hacia su barrio pequeñoburgués, hasta que una madrugada se levanta, se asea, se desayuna –su mujer, su hija y su hijo aún duermen-, carga el fusil de caza y, discretamente, les levanta a los tres la tapa de los sesos.[1]

Nihilismo y precariedad, son las plataformas dinámicas y más apropiadas para el despliegue activo del capitalismo contemporáneo. Nuestras existencias se ven despojadas, respectivamente, de todo sentido y valor, lo que conlleva un efecto obligado en la carencia de producción autónoma de la sensibilidad.

Sabemos por Deleuze y Parnet que los poderes tienen más interés en entristecernos, que en reprimirnos, aunque no cesan de hacerlo cotidiana y reiteradas veces, porque así dominan secretamente nuestros terrores íntimos.

Sabemos también, por Foucault[2], que el poder ha tomado la vida por asalto, y que su ataque se ha perpetrado en la sencilla proclama de volver toda actividad vital de las personas a un registro estadístico sustentado por el reservorio biológico de su expresión.

Según la perspectiva biopolítica, la población no ha sido sino un modo de codificación de las acciones vitales bajo el registro de una estadística redituable para las formas de normalización y moralización de todo aquello que hemos convenido en llamar vida.

En ese gesto de traducción de todas esas acciones cotidianas a un registro efectivo y material de legislación gubernamental, se abrió la disponibilidad de agenciar una captura mucho más profunda de la sensibilidad de las subjetividades modernas europeas –y sin duda, latinoamericanas-, la penetración del nihilismo como sensibilidad propia del progreso y el aceleramiento de la producción capitalista.

Peter Pelbart, expresa que este nihilismo ha realizado una operación de desvalorización metafísica sobre la vida, al proyectar valores trascedentes a la propia existencia inmanente del vivir, y depositarlos esperanzadoramente en otro antiquísimo o adveniente tiempo.

La sensación inmediata de esperanza, por resignación o fatiga, recae en un profundo sedimento desvalorizado que expresa: “todo es igual, nada vale la pena”[3].

Una larga exhalación desganada que expresa un pasaje de la biopotencia activa al biopoder esterilizante, que se traduce en un fondo precario de existencia común. Existencias que ya ni siquiera saben de su propia vitalidad, porque han desistido a toda experimentación, inquietud y sentido.

Este agotamiento debilitante de la vida es el efecto inmediato de las tecnologías y estrategias que componen tanto los dispositivos fármacopornográfico y espectacular, como los dispositivos competitivos capitalizadores de la crueldad necropolítica que expresan la producción sensible de la Biopolítica Estética.     

Muy sintéticamente, la biopolítica sería un modo efectivo del biopoder que se interesa por conducir las conductas de la población, y regular sus acciones desde el convencimiento y la internalización de las normas conductuales que un gobierno determina para asegurar el bienestar social y la paz colectiva.

En nuestro tiempo, la biopolítica ha mutado a una operativa más fina y minuciosa: busca producir no tanto un control de las conductas desde lo disciplinar anatómico, o lo regulativo estadístico, sino desde la producción de un dispositivo de sensibilidad que intenta inducir, incitar, codificar, la percepción de toda experiencia vital y cotidiana de las conductas de lxs cuidadanxs.

Lo que se podría denominar biopolítica estética, es una nueva intervención del biopoder, que se despliega como un modo de ejercicio productivo de poder donde se viabiliza el capitalismo actual. Lo específico de esta intervención es la gestación de un diagrama de producción sensible de las subjetividades, a partir de una percepción que toma como centro de distinción la autoafirmación de una existencia exageradamente displicente, y que se ve exacerbada por el convencimiento artificioso de una heroicidad espectacularizada de la propia experiencia.

En efecto, el dispositivo del Espectáculo, que no refiere a desear ser visto y reconocido por otrx, sino a la necesidad de verse a sí mismx “viviendo” en medio de una experiencia cotidiana, porque ya se ha perdido la posibilidad de hacer experiencia por sí mismx. Se trata no ya querer ser deseadx, sino desear ser deseable[4].

Es necesario pensar esta biopolítica como un modo estético-político de relación con la vida. Entonces, pensar la biopolítica estética, es dar cuenta de la transformación de los modos de vinculación de las singularidades subjetivas con el mundo, desde la performatividad de las formas sensibles con que se configura una percepción de dicho mundo.

De este modo, las existencias se producen bajo un fondo irreductible de insensibilidad anómica, que determina la mayor arbitrariedad despótica bajo un doble procedimiento: una insensibilidad a sí mismo, por parte de la extremada egolatría y obnubilación narcisista; y, una insensibilidad a lx otrx, por extremada artificialidad afectiva.

El dispositivo Farmacopornográfico, que desarrolla Paul Preciado en Testo Yonki, es la modalidad biopolítica que produce esta insensibilidad propia de la precarización de la existencia, paradójicamente a la par de una inyección diaria de microdestellos artificiales de hormonas y químicos que organizan la sensibilidad deseada en su inmediatez.  

La inmunología se tiende como la operativa política que constituye la profilaxis infinita de toda preexistencia relacional. Un poder terapéutico que manda ante todo a “cuidarse”. Cuidarse como un modo de alejamiento de todo registro afectivo, pero de producción sensible de la individualidad farmacoespectacular.

Enlazadxs y lanzadxs a una carrera obligada, el dispositivo de la Competencia nos enfrenta temerariamente a una lucha por la optimización desmesurada de todo tiempo de vida, de toda actividad humana. Su estrategia es la voracidad, sus tecnologías todas aquellas que naturalicen la empresa de sí mismo como ethos de autovaloración.

La vida del mercado absoluto es la existencia competitiva. Competir brinda el goce pleno de una moral funcionalista que organiza las sensibilidades de los cuerpos capitalizados. La capacidad de mejorar, y toda capacidad aumentable, que se exija a sí misma el límite último, reordena el circuito productivo de la optimización, de todo lo que se posee, incluso de la más acérrima escasez.

Esta precariedad sustancial que se expresa en el vaciamiento de todo sentido vital en sus aspectos incluso más cotidianos, es el germen propicio para la empresa capitalista neoliberal de objetivación de todas las relaciones. Un procedimiento que convierte todo objeto, toda experiencia, toda relación en capital.

El dispositivo Capitalístico gesta las tecnologías necesarias para intervenir en todas las relaciones materiales, económicas, emocionales, corporales, laborales, familiares, sociales, institucionales, políticas, e inocula una semiótica de la apropiación valorativa que transfigura todas esas relaciones en mediaciones capitalizadas.

La adquisición de sentido y valor de estas vidas precarias sólo se obtiene a base de acumular diversos capitales, sean monetarios, culturales, intelectuales, pero también afectivos, estéticos, eróticos. Las vidas del precariado se sostienen por una relación de consumo con todo aquello hacen, dicen, ven o sienten, es su matriz de mundo.

Esta práctica obligada para la existencia mínima de producirse a sí mismo un cierto capital que lo haga sentir vivo, tiene como efecto y necesidad un ejercicio imperceptible de crueldad y violencia. El dispositivo del Necropoder toma como estrategia la predación y como tecnologías las violencias más encarnadas y despiadadas.

El ejercicio de crueldad de la necropolítica hace de la insensibilidad competitiva y el consumo esterilizado de las cosas, el modo de vida indispensable para sostener la empresa capitalista neoliberal. Las vidas precarias expropiadas de su autonomía sensible, tan sólo pueden experimentar su presencia a fuerza de una violencia transversal en todos los órdenes de la existencia.       

Estos dispositivos entrelazados componen, en su complejidad, una maquinaria imperceptible de producción de sensibilidades que disponen actitudes, comportamientos, gestos, andares, formas de expresión, emociones, autopercepciones, imaginarios, identidades, cosmovisiones. A los modos en que esta maquinaria de mil rostros organiza estas sensibilidades, los denominaremos cuerpos.  

En síntesis, lo estético de esta biopolítica, es el modo diverso en que se organizan ciertas disposiciones sensibles, utilizando los dispositivos mencionados, sus estrategias y tecnologías, que regulan, incitan, codifican, los procesos de autosubjetivación del sentir, algo que paradójicamente se vuelve muy necesario, para efectuar una existencia mínima, en medio de esta invasiva extirpación de la experiencia vital que realiza el capitalismo sobre nuestras formas de vida.   

Al respecto de esto, decía Guattari, en San Pablo, allá por 1992, que el capitalismo mundial integrado y su temible instrumento de producción de subjetividad mass-mediática tiende a transformar a sus ciudadanos productores-consumidores en zombies impersonales, desingularizados, serializados.[5] De ahí su interés por componer un Nuevo Paradigma Estético que abre formas de resingularización y re-existencias ante estas prácticas del Capitalismo Mundial Integrado.

Si existe una vía de posible resingularización de las subjetividades, es re-establecer una resistencia a la era “mass-mediática” desde la producción de nuevas modalidades de autosubjetivación colectiva y singulares a la vez, donde la biopotencia estética –o mejor, protoestética- de sentir exprese fuerzas plurales de creación sobre todas las relaciones que trazamos en nuestro territorio existencial[6].

Sea en nuestra vida doméstica, laboral, comercial, familiar, escolar, social, natural, nuestras vidas plurales y cotidianas se tejen en un entramado estético-político de sensibilidad compartida, una comunidad de afectos.

Se trata de producir una experiencia creadora de comunidad, un nosotrxs, que potencie nuestrxs cuerpxs para desorganizar las formas dominantes de esta biopolítica estética, diagramando una vida colectiva desde la resingularización estético-política y desde ahí abrir ese umbral constitutivo de procesos de autoafirmación como focos existenciales, como máquinas autopoiéticas[7].

Es una resistencia estética-procesual que hace coexistir en una atmósfera caósmica las fuerzas vivas de las mutaciones con los equipamientos sedentarios de la identidad, pero a los efectos concretos de hacer vibrar todo ese aparato de codificación sensible a tal intensidad que se desborden las formas habituales de percepción, a eso diremos arte.  

En definitiva, el nuevo paradigma estético tiene un vínculo subversivo directo con la era post-mediática[8], como praxis colectiva de resingularización en la que la heterogénesis colectiva de nuestras existencias procesuales se expanden en una proliferación multiplicada de acciones comunitarias, de alianzas secretas y micropolíticas mutantes.

Todo debe ser tomando en esta perspectiva de elaboración procesual. La resistencia, desde entonces, no es solamente una resistencia de los grupos sociales, es una resistencia de las personas que reconstruyen la sensibilidad, a través de la poesía, la música, de las personas que reconstruyen el mundo a través de una relación amorosa, a través de otros sistemas urbanos, de otros sistemas pedagógicos. Es la reasunción, la reapropiación procesual de la producción del mundo, antes que partir de un mundo de valores universales y de una biósfera que se supone estar ahí para siempre. Hay hoy un problema de responsabilidad ética y pragmática radical[9].





[1] Tiqqun: Teoría del Bloom. Melusina, 2005, 109
[2] “…el conjunto de mecanismo por medio de los cuales aquello que, en la especie humana, constituye sus rasgos biológicos fundamentales podrá ser parte de una política, una estrategia política, una estrategia general de poder, en otras palabras, cómo, a partir del siglo XVIII, la sociedad, las sociedades occidentales modernas, tomaron en cuenta el hecho biológico fundamental de que el hombre constituye una especie humana…” (Foucault, Defender la sociedad, 2001, 15-16)
[3] Pelbart, P. “Biopolítica y contra-nihilismo”, en Nómadas, Universidad Central, Colombia, N° 25, octubre, 2006, 14.
[4] Tiqqun: “Hombres-Máquina. Modos de empleo” en Primeros materiales para una teoría de la jovencita. Bs. As.: Hekht Libros, 2013, 180.
[5] Guattari, F.: “Ecología y movimiento obrero. Hacia una recomposición ecosófica”, en ¿Qué es la ecología? CABA: Cactus, 2015, p. 313
[6] Guattari, Caosmosis, 2006, p. 125
[7] Guattari, Caosmosis, 2006, p. 130
[8] Guattari, Las tres ecologías, 1996, p. 65
[9] Guattari, ¿Qué es la ecología? 2015, pp. 76-77

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