Piel
de Chancho
Dir.: Andrea Echeverry
Actúan: María Dondero | Verónica Perez | Laura Giménez
Club de Teatro, Julio 2015
Quizás la pregunta fundamental del
teatro, hoy, sea qué cuerpo y qué afectos se componen en escena, qué piel se
quiere erizar. Un drama lo es no tanto por la temática que trate - clásicamente
solemne- sino por las afecciones que pone en movimiento; su dramática es una dinámica muy poco
superficial, es más bien lenta, profunda y densa, esa misma dinámica con que nacen
todas las afecciones sin nombre.
Piel de Chancho tiene uno de esos movimientos
pausados que densifica el lazo secreto de una tríada familiar, y enhebra esas vidas
femeninas bajo un hilo cutáneo que sostiene, subyacentemente, las partes laceradas
de una herencia sobrada de lamentos y frustraciones. Hay toda una operativa de
resistencias que se pone en escena: resistencias de una piel calcinada de edad
que porta un espíritu fastidioso; resistencias de una piel adulta, blanca y
maltrecha por las inquietudes e insatisfacciones culposas; resistencias de una
piel joven que se dilata para contener un mínimo de placer en el vacío
angustioso de los abusos.
Entre artefactos plegables y
rueditas sigilosas, no sólo las cosas se mueven, sino que al moverse no dejan
de mostrar su ortopedia más restrictiva, sus límites y sus cobijos, en el
encuentro más insignificante de lo familiar. Estas mujeres devienen e
intercambian todo un entretejido materno de distancias insensibles y crianzas
de pieles impenetrables; y pese a ello, subcutáneamente, algo se mueve con una
suerte de fuego latente que asedia con insistencia cada una de esas pieles
curtidas. Respirar y revolcarse por el piso con mugre, calmar las heridas
superficiales que supuran vapores seniles, ahogar el vacío de los afectos
deglutiéndose la propia imagen: sus pieles huelen a descomposición y
resignación.
Es, justamente, en esos momentos de escaras que hacen placas de
olvido, donde emerge un grano de vitalidad, una mueca de libertad, una luz. La
voz personal, soliloquio secreto, se eleva por esa luz como vapor de mañana
perdido en la atmósfera invernal. Abrir la memoria siempre tiene sabor a sudor
y las pieles persisten en sedimentar las heridas profundas, no es sino por los
poros luminosos de un instante solitario que se filtra y descomprime una vida
agitada.
Piel de Chanco, cruza sensaciones
indiscernibles, plegadas en la superficie de un cuerpo familiar, donde brotan
los fulgores más contradictorios de la vida afectiva. Se trata de tres pieles
que se crispan por los pasados enlazados, tres pieles que se curten por el
ardor íntimo de todo lo que nos incinera como humanos. Pieles de colores ultrajados
en una herencia decrépita de maltratos, abusos y estigmas lejanos. Tan lejanos
que se hacen ocultamente presentes en cada gesto, y en sus profundidades
silenciosas, brotan las más insignes indolencias, los artificios manipuladores,
las más solapadas demandas.
En el fondo, no alcanza el fuego terrenal para
incinerar esas profundas estrategias de la farsa familiar, entonces, sólo resta
albergar las tensiones como quien abraza un ocaso, una mirada anónima, una
canción de amor. Tan sólo un abrazo imposible.
Al final del día, la felicidad de
cartón resuena en los abandonos reiterados, y la mesa plegable se vuelve
reflejo trémulo de lo cotidiano; un juego de gestos traspolados en objetos
personalizados, una manzana de brillo verde que pasa de boca en boca,
oxidándose. Un trapo, una gasa, un disfraz, envuelven todos esos cuerpos como
una piel ajena, que deriva la sensación al vaciamiento dilatado de un placebo.
Al
igual que las ropas variadas que se intercambian a diario, para dejar de ser esa
habitual y pesada envoltura monótona de lo mundano, un murmullo final agrieta y
abre esa otra piel frágil, que se vuelve profundamente cercana en el remanso
olvidado de la desnudez. Porque no hay desnudez que ante todo no sea primero un
encuentro con lo más íntimo, con la confusa opacidad que nos habita, quizás lo
más profundo finalmente sea la piel… tal vez sea sólo una cuestión de piel.
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