II. 01. cuerpOs


cuerpOs

…la primera máquina desarrollada por
el capitalismo fue el cuerpo humano
y no la máquina de vapor,
ni tampoco el reloj.[1]


Por herencia de la modernidad europea, sabemos de la máquina que constituye el cuerpo[2], una mecánica minuciosa de producción moral y política que ha dado a los cuerpos un ordenamiento funcional a los intereses epocales de la incipiente burguesía.

Desde mediados del siglo XVI, comienza a desplegarse una mecánica político-moral que atraviesa la corporalidad, tanto individual como colectivamente, desde la identidad poseedora de la unidad corporal, al sostenimiento de la unidad estatal que gobierna funcional y mecánicamente como un cuerpo. Se trata de un proceso centrípeto que toma el mecanicismo como forma de ordenamiento de todas las relaciones de los diversos cuerpos[3].

Paralelamente fue necesario el establecimiento de un sentir de esa presencia mecánica de funcionamiento transversal a las relaciones, donde confluyen varios afluentes necesarios para la consolidación de esta tram(p)a compleja e íntima que dará como resultado una cultura productiva de las corporalidades.  

En efecto, hubo un interés político-moral por civilizar el cuerpo, por regimentarlo, reglamentarlo y codificar sus expresiones, fundamentalmente en sus energías, para componer una maquinaria productiva, una nueva subjetividad autorregulada que ponga a funcionar el capitalismo naciente.  

Se libró una batalla sobre los cuerpos para gestar el nuevo individuo del capitalismo, una violenta intervención por parte de los gobiernos, que buscó delinear la forma humana, correcta y eficaz sobre estos sujetos y dar orden racional a sus acciones. Una especie de ingeniería social que determinó lo humano como modo de funcionamiento civilizatorio de la cultura mecanicista, racional y moralista. 

En esencia, esta aritmética de los comportamientos, produjo una persecución violenta, bajo un régimen de terror y hostigamiento desmedido, sobre aquellas corporalidades que se resistieron al establecimiento del salario[4] como modo de valoración económica de las acciones; al ordenamiento centrado del tiempo laboral y sus efectos morales; al dimorfismo sexual androcentrado como patrón reglado de las actividades sexuales[5].

La cultura moderna europea buscó diagramar el cuerpo óptimo para esta nueva forma económico-política de vida, y por las resistencias múltiples que estos cuerpos brindaron, fueron el blanco directo de los ataques más crueles.

Cualquier expresión por fuera de todo ordenamiento laboral mecanicista, fuera de todo gesto sexualmente binario, autodominación racional-moralista y familiar, el destino ofrecido será la acusación, el encierro y la muerte.

La soberanía ejercida por la cultura moderna del humanismo se entrelazó con los intereses de una burguesía blanca-racionalista y propietaria, que se autoadjudicó el patrón de medida de toda existencia legítima, produciendo una sensibilidad específica sobre la identidad individual y colectiva: la humana supremacía civilizada y colonizadora.

Desde entonces, la cultura humana de la modernidad europea configura un dispositivo de colonización sensible de las corporalidades, que tienen como dimensiones diagramáticas la heteropatriarcalidad, la supremacía racista-blanca, el funcionalismo capacitista y la racionalidad letrada.  

A esta forma de ordenar, regular y organizar sensiblemente los cuerpos, le daremos nombre en la tradición colonial de las formas de dominación. Será aquello que denominemos “humano” propiamente, como esa forma específica que se le dará a toda aquella diagramática de lo sensible que permita y habilite una percepción posible de existencia de aquellos cuerpos ordenados.

En este contexto, un cuerpo no existe previamente a la cultura que lo que determina, sino que nace en esa co-existencia regulativa que lo hace posible de ser percibido. Un cuerpo es el efecto de un modo de percepción específica, que aquí fue denominada humana.  

Concretamente, diremos que lo humano será una matriz de inteligibilidad, un patrón de experiencia, un código de visibilidad, enunciabilidad y existencia, que orientará las tecnologías y estrategias del régimen de verdad[6] moderno europeo.

Lo humano será entendido como un régimen escópico de los cuerpos, la rostridad de lo que domina y subyuga todo aquello que no se deja ver bajo los ojos de occidente, por usar la expresión de Mohanty.

“El humanismo garantiza el mantenimiento de la organización social, la técnica permite el desarrollo de esta sociedad pero en su propia perspectiva… Entiendo por humanismo el conjunto de discursos mediante los cuales se le dice al hombre occidental: «si bien tú no ejerces el poder, puedes sin embargo ser soberano. Aún más: cuanto más renuncies a ejercer el poder y cuanto más sometido estés a lo que se te impone, más serás soberano». El humanismo es lo que ha inventado paso a paso estas soberanías sometidas que son: el alma (soberana sobre el cuerpo, sometida a Dios), la conciencia (soberana en el orden del juicio, sometida al orden de la verdad), el individuo (soberano titular de sus derechos, sometido a las leyes de la naturaleza o a las reglas de la sociedad), la libertad fundamental (interiormente soberana, exteriormente consentidora y «adaptada a su destino»). En suma, el humanismo es todo aquello a través de lo cual se ha obstruido el deseo de poder en Occidente (prohibido querer el poder, excluida la posibilidad de tomarlo).”[7]

El humanismo es el estandarte de la buena conciencia civilizada que porta la cultura moderna europea colonizadora, la cual se consolidó bajo el proceso de gubernamentalización de los Estados europeos –y no europeos-, que desde fines del siglo XVII intentará dar esa forma-humana a las corporalidades de todos los territorios.

La aritmética social mecanicista de las soberanías identitarias nacionales sobre los cuerpos, sobre las vidas ciudadanas, tomará una profunda fuerza milimétrica, detallada, y meticulosa, con aquello que Foucault denominó la anatomopolítica[8].

El biopoder de la gubernamentalización del siglo XVIII, entendido como aquel uso tecnológico del poder de adiestramiento y disciplinamiento, diagrama toda una arquitectura normalizadora de las corporalidades. Un esquema económico-político de las anatomías institucionalizadas que efectuará una estatización de lo biológico[9], tomando como procedimiento específico el despliegue de una ortopedia social de los cuerpos.

Este somatopoder, utilizará las disciplinas como un arte de componer las fuerzas corporales para obtener un aparato eficaz[10] y productivo. Así, el dispositivo disciplinar configurará el modo de individualizar orgánica, celular, genética y combinatoriamente estos cuerpos, a los fines de provocar una dinámica serial de cuadrículas vivas, toda una analítica económico-política y orgánica natural de los comportamientos[11].       

Los cuerpos serán ordenados en su individualidad anatómica, desde una taxonomía de los detalles que tomará un modelo ejemplar de medida como funcionamiento óptimo: la norma. La operativa de las instituciones gubernamentales y de todos aquellos que las hacen funcionar, intentará que la gente, los gestos y sus actos, se ajusten a ese modelo.

Lo que definirá la maquinaria ortopédica-disciplinar será esta diagramática normalizadora que producirá corporalidades capaces de adecuarse a esa norma estandarizada que pliega lo biológico con lo moral. La ciudadanía tendrá su estatuto de existencia sólo bajo la percepción de un comportamiento ajustado a la norma.

El dispositivo disciplinar del somatopoder establece las estrategias y tecnologías propias de la máquinas corporales que son capaces de ajustarse a la norma. Todo lo que es incapaz de proceder al ritmo común de ese modelo normalizado, será objeto de estudio preocupante y sospechoso: lo anormal será la zona inhóspita de atención que afianzará la normalidad como única existencia legítima[12].

La anatomopolítica inventa el cuerpo humano como la biométrica normalizadora capacitista que dará el sustrato material de la subjetividad ciudadana, y relegará todo lo incapaz, lo incorregible, lo anormal, e inadaptado, es decir, lo monstruoso, a la mesa de disección de la mirada médico-moralista y jurídica penalizadora.

A fines del siglo XVIII y principios del XIX, la gubernamentalización involucrará una nueva red de poder sobre las corporalidades, no tanto bajo un régimen anatómico individualizado, sino bajo una operativa más amplia y totalizadora que tendrá como objetivo de intervención un cuerpo colectivo: La población.

La biopolítica hace funcionar un diagrama de regulación sobre ese cuerpo múltiple, de muchas cabezas, necesariamente innumerable, que es la población[13]. Una máquina reguladora del cuerpo social, desde los diversos comportamientos cotidianos del ser humano en tanto ser viviente.  

El dispositivo biopolítico de regulación interviene por necesidad los procesos biológicos de natalidad, mortalidad, longevidad, fecundidad, enfermedad y sus derivas anómalas médico-jurídicamente condenables[14]. El interés por el control de estos procesos será la nueva política de bienestar y seguridad que se brindará como el modo más apropiado de gobierno de la población.
Se gobernará regulando la vida biológica, calculando el uso decoroso de lo cotidiano, regenteando la pulcritud de las costumbres morales, inspeccionando cada gesto de higiene,  registrando la sanidad ordenada de las prácticas sexuales, en fin, el control totalizante y singular de los comportamientos biológico-sociales de la ciudadanía.

En ese contexto, la estadística funcionará como el procedimiento regulador que donará el dato concreto de dichos procesos, y con ello se tramará una tecnología de poder que legitimará con matrículas, inventarios y porcentajes el buen modo de conducir la conducta de los individuos.

La preocupación por el costo económico de las enfermedades, la vejez, la invalidez, así también como las anomalías diversas que ponen en peligro la armonía social, darán como efecto un complejo de prácticas sociopolíticas racionales que intervendrán desde el cuidado y uso responsable, el ahorro individual, el tutelaje familiar, la prevención y la advertencia…

La normalización aleccionadora de los cuerpos individuales deviene una política moralizadora de los consejos[15] para el buen gobierno de las familias. Habrá un ejercicio de sensibilización de la obediencia[16], que asentará la satisfacción del cumplimiento, a la vez que internalizará la responsabilidad individual sobre lo que suceda en lo colectivo.

Esta dinámica de integración y cuidado, de atención pública y valoración de las opiniones, hábitos, temores, prejuicios y exigencias, compone el sustrato necesario para la influencia de la educación higiénico-moral y las campañas preventivas de convicción humanitaria[17].

El Estado desplegará esta biorregulación que expresa el poder de hacer vivir y dejar morir, en virtud de una organización moral, económica y política de los cuerpos. Los discursos moralistas y biológicos sobre la seguridad, el bienestar y la prevención de la vida colectiva, poseen el interés común de un mejoramiento progresivo de la naturaleza humana. La biopolítica inventa un nuevo cuerpo humano: la especie[18]… humana.

Será la especie humana, el objeto de saber y atención del dispositivo de seguridad biopolítico, el fundamento material de la población. Las estrategias de regulación de la ciudadanía tienen como finalidad el desarrollo biotipológico óptimo de la especie humana, esa es la matriz racista eugenésica de la cultura y la ciencia moderna europea. 

Sintéticamente, la biopolítica es una máquina de sensibilidad de lo humano que funciona desde una política científica eugenésica de la especie y una moral higiénica de la ciudadanía. La población, ese cuerpo múltiple social, será el sujeto político sostenido en la especie humana como su sustrato material.

La biopolítica, en definitiva, es el programa de la supremacía blanca capacitista del racismo europeo que dará legítima existencia a la cultura hegemónica humana como patrón de colonización universal.

La dinámica del biopoder en sus diversas formas, constituye la estrategia singular de la cultura moderna europea, humana y civilizada, con la cual se desplegará el capitalismo en sus múltiples metamorfosis. El biopoder es la programática vital del capitalismo[19], así como éste es su axiomática inmanente.

Esencialmente el biopoder expresa la voluntad de la forma-hombre, su querer más profundo, y gracias a ese interés intrínseco, encarnado, ha sido el modo en que se han producido los diversos dispositivos de docilidad, regulación y codificación de las fuerzas creativas de la vida:

“…que si la forma del hombre, la forma-hombre, es un modelado histórico complejo y mu­tante, no hay por qué desesperarse con la exclamación de Nietzsche ‘estamos cansados del hombre’. Lo que lo fastidia es el hecho de que el hombre se volvió una larva mediocre e insulsa, y que este empequeñecimiento nivelador se tornó una meta de la civilización. El hombre está enfermo y su enfermedad se llama hombre, forma reactiva e impotente que se pretende eternizar.”[20]

¿Cuánto de la forma-humana, de la forma-hombre con la que se determinan los cuerpos se contiene en la misma “o” final que cierra esa palabra? ¿Cómo es esa circularidad cerrada de la forma-humana como intento de organizar las relaciones plurales de las corporalidades? ¿De qué modo se organiza y codifica la sensibilidad en la biopolítica estética que dará un nuevo sentido a los cuerpos, denominados humanos?

Cuando pienso en los cuerpOs, determinados y organizados, no dejo de pensar que tan sólo son organismos sedimentados que laten apaciblemente al ritmo cedido de la circulación común y colectiva. Un buen sentir común que espera sostener esa misma velocidad para no alterar ni agitar el orden, el buen orden ciudadano.

Que haya cuerpO, así con “O” de Organización, de Orden, de Ordenamiento, de Ordenanza, de Ortopedia, de Orgánico, es una endogámica relación que solo se vincula con su clausura, su abismo infinitamente profundo, su gravedad fagocitante de agujero negro absorbente y nihilizante.

El cuerpO humanO, esa maquinaria estético-política de organización de las sensibilidades individuales y colectivas, y su habitual semejanza –nada ingenua- de asociarlo a un “organismo”, tal vez sea el susurro recurrente que dispuso un régimen sensible de verdad sobre las corporalidades que todavía es muy difícil de deshacer. 

Tal vez hoy lo humano sea lo que se compite, lo que se viste, lo que se capitaliza –o sea, la propia vida-, lo que se vende, lo que se compra, lo que se lookea, lo que se emprende, lo que se violenta, lo que se seduce, lo que finalmente se vence e impone.

Pienso en aquello que Fanon decía: el hombre no es humano sino en la medida en que quiere imponerse a otro hombre, con el fin de hacerse reconocer por él.[21]

Entonces, si el hombre no para de apresar la vida, cómo podemos crear una nueva forma no-humana donde la heterogeneidad diferencial de las multiplicidades no se subordinen a una unidad reguladora, un organismo, una “humanidad”.

Esta humanidad voraz y fagocitante de la vida, esta humanidad no la queremos: no queremos ser más esta humanidad[22]. El derecho a la monstruosidad, a devenir-monstruando todo color, todo gesto, todo paso que nos devuelva la incertidumbre necesaria para mantener el espíritu inquieto de seguir caminando.

Lo monstruoso es el otro nombre secreto de la vida, su germen oculto y experiencia cruda. Nos llamamos clandestinamente con ese silencioso vértigo que estalla y provoca el grito colectivo de lxs que no tienen voz. Un llamamiento a las experiencias demasiado intensas que no registran título ni medida, solo un susurro vaporoso de afirmación anónima.

El clamor profundo de lxs cuerpxs monstruosxs, que resisten sensiblemente a las ultrajantes formas de dominación explícitas, pero también silenciosas, del orden humanitario, civilizado y colonial del capitalismo, porta la vitalidad latente y germinal de las existencias insurgentes.  

Por eso, el noble y urgente ejercicio ético-político de reivindicar el derecho a la monstruosidad -como lo poematiza Susy Shock, desde su cuerpx transdisidente-, de esos cuerpxs que han derribado varias cruces[23], y atravesado las impuestas normalidades, al grito colectivo (e)y (ins)urgente de no desear más esta humanidad.


“…Yo, pobre mortal,/ equidistante de todo/ yo D.N.I: 20.598.061/ yo primer hijo de la madre que después fui/ yo vieja alumna/ de esta escuela de los suplicios/ Amazona de mi deseo/ Yo, perra en celo de mi sueño rojo/ Yo, reivindico mi derecho a ser un monstruo/ ni varón ni mujer/ ni XXI ni H2o/ yo monstruo de mi deseo/ carne de cada una de mis pinceladas/ lienzo azul de mi cuerpo/ pintora de mi andar/ no quiero más títulos que cargar/ no quiero más cargos ni casilleros a donde encajar/ ni el nombre justo que me reserve ninguna Ciencia/…/ Yo: trans…pirada/ mojada nauseabunda germen de la aurora encantada/ la que no pide más permiso/ y está rabiosa de luces mayas/ luces épicas/ luces parias/ Menstruales Marlenes Dianasacayanas/ sin Biblias/ sin tablas/ sin geografías/ sin nada/ solo mi derecho vital a ser un monstruo/ o como me llame/ o como me salga/ como me pueda el deseo y la fackin ganas/ mi derecho a explorarme/ a reinventarme/ hacer de mi mutar mi noble ejercicio/ veranearme otoñarme invernarme:/ las hormonas/ las ideas/ las cachas/ todo el alma!!!!!!… amén.”[24]






[1] Federici, S.: Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación primitiva. Madrid: Traficantes de Sueños, 2010, p. 201
[2] Descartes, R.: “Tratado del Hombre”, en Descartes I. Madrid: Gredos, 2014, pp. 243-250.
[3] Le Goff, J. & Troung, N.: Una historia del cuerpo en la Edad Media. Barcelona: Paidós, 2016, pp. 129-144.
[4] Cf. Federici, S.: Calibán y la bruja. Op. Cit., pp. 184-186.
[5] Cf. Tin, L-G.: La invención de la cultura heterosexual. Bs. As.: El cuenco de plata, 2012, pp. 213-224.
[6] Cf. Foucault, M: Del gobierno de los vivos. 115-117
[7] Foucault, M.: “Más allá del bien y del mal” [1971], en Microfísica del poder. Madrid: Las ediciones de La Piqueta, 1991, 33-34
[8] Foucault, M.: Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. Bs. As.: Siglo XXI, 2006, p. 141
[9] Defender la Sociedad, 217
[10] Vigilar y Castigar, 168
[11] Vigilar y Castigar, 172
[12] Seguridad, Territorio, Población, 75-76
[13] Defender la Sociedad, 222
[14] Defender la Sociedad, 220
[15] Defender la Sociedad, 221. Cf. Donzelot, J.: “El gobierno por La familia” en La policía de las familias. Familia, sociedad y poder. Bs. As.: Nueva Visión, 2008, pp. 53-94.
[16] Caruso, Biopolítica en las aulas
[17] Seguridad, Territorio, Población,, 102
[18] Seguridad, Territorio, Población,, 101
[19] Cf. Foucault, M.: Historia de la sexualidad 1. La voluntad de saber. Bs. As.: Siglo XXI, 2011, p. 133
[20] Pelbart, P.: Filosofía de la deserción. Nihilismo, locura y comunidad. Bs. As.: Tinta limón, 2009, 72.
[21] Fanon, F.: Piel negra, máscaras blancas. Akal, 2007, p. 180
[22] Susy Shock: Hojarascas. CABA: Muchas nueces, 2017.
[23] “las travas dimos vuelta muchas cruces + y las convertimos en X, crezcannnnn”. Susy Shock, Facebook, Sábado 2 de Julio de 2016 a las 4:13hs.
[24] Susy Shock: “Reivindico mi derecho a ser un monstruo”, en Poemario Transpirado. Bs. As.: ediciones Nuevos Tiempos, 2011.

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