lunes, 26 de enero de 2015

Je t’aime, je t’aime


Notas sobre Je t’aime, je t’aime (1968) de Alain Resnais



La fórmula es “amo, amo”. Una propuesta para remover el tiempo, para sacar esas pesadas capas que lo sedimentan y darle movilidad, un poco de dramática a las formas pasadas. Un instituto que estudia el tiempo se propone viajar al pasado, una máquina, parecida a una cabeza de ajo, con poco de laboratorio, permite esa experiencia. Se elige a un suicida –Claude Ridder- que ya no tiene compromiso con la vida, que no le interesa si vive o muere, si vive o muere después de este experimento. Se calcula un minuto de estadía, quizás muera en el intento, pero pasa más de un minuto y el pasado empieza a invadir el presente como ráfagas de reiteraciones, de repeticiones y a la vez de diferenciaciones. Las imágenes se cruzan, repiten, se vuelven a tejer de maneras diversas, entre cenas, trabajos, reflexiones, opiniones, etc., y todo se torna una especie de meseta donde los afectos se relacionan en un mismo flujo de tiempo.



En una oficina, Claude dice: “Son las 3 de la tarde. Todavía faltan 3 horas. Hace tres minutos eran las 3... En tres semanas todavía serán las 3. Dentro de un siglo también. El tiempo pasa para los demás, pero para mí que estoy encerrado en este cuarto, no pasa más. Buscar el tiempo. Son las 3 para siempre.” Todo sucede a un tiempo, un tiempo que dura “para siempre”, que deja coexistir, fuera de toda continuidad lineal los sucesos, es la expresión más sincera del “recuerdo puro” bergsoniano. 




La vivencia amorosa con Catrine, sus vaivenes, su presencia se figura con la fuerza de la noche, de la playa, del pantano, como una fuerza femenina que devine-natural y que hace que regrese con toda impresión entre las imágenes recodadas. Claude lo recuerda, dice, estando dentro de la máquina del tiempo, “Catrine, Je t’aime… je t’aime… fue la única razón”. Una confesión de asesinato, en Glascow, Claude se va con Catrine, vuelve solo. Lo confesado no es creído, con él las armas no van, sin embargo, vuelve solo. 




Los científicos dan cuenta que Claude ha quedado atrapado en ese minuto y lo revive sin cesar. Catrine, es una de esas fuerzas naturales que no tiene adherencia, que no se aquieta ni estremece por lo que posee, que no necesita de nada; Claude menciona que ella no posee nada, ni en la heladera ni en la casa, ni siquiera afectos, familiares o jefes, que no tiene ni documentos de identidad. Incluso en un diálogo mantenido por teléfono ella le dice que tiene miedo, pero miedo de no morir. Quizás la haya matado para que no sufriera más de ese miedo a no morir. 

Las imágenes regresan, se cruzan y multiplican, los recuerdos se superponen, se confunden y pierden sus referencias directas. Claude se define, cuando le pregunta quién es en realidad, como “algo borroso… cada vez más borroso. Me encojo en el agua.”. Qué es lo que hacés en la oficina, le pregunta ella, y él dice “a veces pienso… elijo un objeto y pienso, por ejemplo, el lápiz.” Cada nuevo regreso, cada nueva imagen de lo ya visto, al relacionarse con otras imágenes toma un nuevo sentido. Ese día, Catrine amaneció feliz, sonriendo al amanecer, como si tuviera miedo a nada. El calentador se apagó, el gas continuaba. Un primer plano, una afección de rostro que acompaña ese relato con toda la intensidad que involucra confesar un asesinato y dejar abierta su autoría. Al final, el regreso del primer suicidio que se efectúa en los pasillos abiertos del instituto de investigación, se realiza paralelamente en el presente. El suicidio fallido, el hombre que no se puede quitar la vida, de nuevo. 



El pasado lo retiene latente en esa instancia de intermitencia, en ese intersticio que es la vida y la muerte: ni vivo ni muerto, viviendo plenamente su presente que vive todo su pasado puro; muriendo en su presente y en su pasado; viviendo su muerte. Ese es el intersticio que marca la actualidad de un presente con su virtualidad, con la virtualidad del recuerdo puro. El tiempo que se abre a la multiplicidad de instantes simultáneos y que hace que la subjetividad se fragmente en una pluralidad de rostros sensibles, diversos, diferenciales. 


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