Almodobar
Dir.: Natalia Tripodi.
La Guagua Bar, Enero 2015
La Guagua Bar, Enero 2015

Como todo, esto sucede con la naturalidad de lo habitual y la crueldad de lo inevitable: se trata de una comunión femenina de experiencias vitales, entre mínimas e infames. Vidas que sólo salvan su desconsuelo gracias al entusiasmo frívolo y siniestro que provoca contentarse con la banalidad de lo cotidiano. No hay telón de fondo, entre risas y máscaras... solo historias de heridas secretamente abiertas.
Se trata de un
bar que alberga mujeres apasionadas por esa búsqueda de un gesto vital que las
haga resplandecer. Casualmente todas surcan la desesperación inevitable de no
poder escapar de sus vidas opacas, ardidas y olvidadas. En su heterogeneidad,
conjugan la amalgama propia de la desazón, y entre idas y vueltas por las mesas
del bar, cada una inventa un escenario afectivo, para develar ese fondo
desconocido que transforme, al menos momentáneamente, el malestar de una vida
plagada de desolación.
El bar ofrece ese campo de encuentros múltiples, donde los rostros diversos se desfiguran para abrir el sentido de todo lo que nos sucede. Es un gran espejo de aciertos e infortunios que nunca nos devuelve lo que esperamos ver, sino el lado más (im)perfecto de la fábula que inventamos. Este es un bar atravesado por la magia de lo falso y la contundencia de lo real, donde unas mujeres habitan su feminidad con la soltura de quien afirma sus conflictos, los mira coquetamente y, al final, los besa como se lame uno inexorablemente sus heridas.
Todo bar es una colección ardiente de grietas sensibles.
El bar ofrece ese campo de encuentros múltiples, donde los rostros diversos se desfiguran para abrir el sentido de todo lo que nos sucede. Es un gran espejo de aciertos e infortunios que nunca nos devuelve lo que esperamos ver, sino el lado más (im)perfecto de la fábula que inventamos. Este es un bar atravesado por la magia de lo falso y la contundencia de lo real, donde unas mujeres habitan su feminidad con la soltura de quien afirma sus conflictos, los mira coquetamente y, al final, los besa como se lame uno inexorablemente sus heridas.
Todo bar es una colección ardiente de grietas sensibles.
¿Cómo resistir
esas contradicciones y no morir ante sus estallidos? ¿Cuáles son los caminos que
se abren en la pérdida de una esperanza? ¿Cuándo nos volvemos tan ajenos que
nos olvidamos el propio rostro? Detrás de esas figuras de lo femenino que
comparten este bar, hay, en cada una de ellas, una fuerza que las somete, las
violenta al punto de desbordarlas con un exceso ultrajante: la culpa, el
abandono, la melancolía, la soledad, la tristeza de verse cotidianamente
repitiendo, y repitiendo, todo lo que no se desea ser y hacer, como un desfile
burlesco de desatinos insistentes.
Entre tanto, en el bar, estas pasiones conflictivas toman forma de risas frenéticas y gestos sobrios, todo un vaivén de sentimientos germinales, que dejan advertir en sus movimientos lo latente de una fuerza tectónica a punto de convulsionar. Quizás porque lo femenino arrastre el impulso de un volcán, de una marea, quizás porque lo femenino sea un salto en el abismo profundo de las paradojas.
Entre tanto, en el bar, estas pasiones conflictivas toman forma de risas frenéticas y gestos sobrios, todo un vaivén de sentimientos germinales, que dejan advertir en sus movimientos lo latente de una fuerza tectónica a punto de convulsionar. Quizás porque lo femenino arrastre el impulso de un volcán, de una marea, quizás porque lo femenino sea un salto en el abismo profundo de las paradojas.
Los
protagonismos se alternan y varían en escenas cruzadas, sostenidas por la proximidad
cómplice de las demás figuras que murmurando arman un coro gestual, como esas
segundas voces que dan fuerza al que canta. Todas sienten en su intimidad, y a
su modo, la desazón de la frustración. Las risas contenidas, las miradas
penetrantes, las voces alteradas, las esperanzas quemadas, y ninguno de los
evocados responderá al llamado de sus anhelos amorosos, ni por el recuerdo violentado
de viejas historias, ni por la insistencia de las ilusiones, ni por las desencantadas
quejas a la cobardía varonil.
Pese a ello, el consuelo colectivo se presenta multifacético, cada una aporta su resto distinguido para resguardar a la otra en sus caídas más deslucidas. Es un cuerpo heroico el que ampara a otro pese a estar desbastado, siempre quedan fuerzas para intentar avivar un fuego extinguido.
Pese a ello, el consuelo colectivo se presenta multifacético, cada una aporta su resto distinguido para resguardar a la otra en sus caídas más deslucidas. Es un cuerpo heroico el que ampara a otro pese a estar desbastado, siempre quedan fuerzas para intentar avivar un fuego extinguido.
Cuando la noche
avanza y la memoria se duerme, el bar se vuelve amigo de los que desean
inventarse una vida. Su espacio confuso, su escenario deslucido, es el
territorio propicio para deshacer la cruel distancia que separa lo que acontece
de lo que imaginamos.
En las noches atiborradas de humo y espuma, las penumbras se vuelven aliadas de los soñadores. Mientras la música se desvanece lentamente entre velas apagadas y tacos rotos, entre el rouge desalineado y el cuchillo en la mano, solo nos queda una irremediable apuesta: Seguir sosteniendo hasta el amanecer el canto vital, con su profunda sensibilidad singular, con todas sus contradicciones, con todas sus paradojas.
En las noches atiborradas de humo y espuma, las penumbras se vuelven aliadas de los soñadores. Mientras la música se desvanece lentamente entre velas apagadas y tacos rotos, entre el rouge desalineado y el cuchillo en la mano, solo nos queda una irremediable apuesta: Seguir sosteniendo hasta el amanecer el canto vital, con su profunda sensibilidad singular, con todas sus contradicciones, con todas sus paradojas.